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sábado, 17 de noviembre de 2012

Zapatos de calavera para viajar en el tiempo



 Los zapatos estaban hechos de calaveras, blancos y pulidos, de fiesta y para baile. A simple vista parecían de seda. “¿Para qué son?”, le pregunté. “Son para viajar en el tiempo”, respondió, alegre y alucinada como una nena que juega. Sonreí asombrado, y ella enseguida se dio cuenta que no le creí porque me tomó de la mano derecha y sin decir nada me llevó por el pasillo. Lo recorrimos dejando atrás varias puertas (algunas abiertas, otras cerradas) hasta que llegamos a un vano al que le faltaba su puerta.
Era la habitación de servicio, sin luz y muy chiquita. Sobre el lado derecho había otra puerta, la abrió y allí estaba: una esfera plateada y eléctrica. Como un planeta de masa tormentosa con rayos y centellas envolviéndola, moviéndose como la cabeza de Medusa.
El espectáculo visual era increíble pero el sonido estaba muerto. Inmerso en el más profundo silencio la esfera flotaba a medio metro del piso. Ella me miró y hablando convencida me dijo que íbamos a viajar en el tiempo, que me quedara tranquilo que hacía varios días que venía haciéndolo, que siempre salía todo bien salvo por un pequeño detalle.
“Siempre viajo hacia atrás en el tiempo, nunca adelante; la verdad es que no entiendo el mecanismo ni la lógica del viaje y te soy sincera, tampoco quiero averiguarlo, por lo menos por ahora”, fue lo último que le escuché.
Su mano desgranó rápidamente hasta que quedé agarrando el vacío, yo seguí de largo atravesando la esfera; desapareció sin descarga eléctrica alguna, fuerza o temblor que me sacudiera. Nunca más volví a verla o saber de ella. Aún la extraño, mucho, demasiado.

***
“¡Otra vez me volvió a ocurrir!” me dije. Otro viaje, sola y al mismo lugar, con los colores y muebles más frescos. Hice lo mismo que al final de todos los viajes anteriores: salí de la habitación y volví a caminar por el pasillo. Crucé varias puertas (algunas cerradas y otras abiertas) hasta que en una habitación lo vi a mi hermano. Estaba con su siempre cuerpo flaco y escuálido como el de una lagartija, pero con músculos marcados y fibrosos; estaba hermoso.
Sin saludarme pero cálido y entrador como era, me preguntó por mis zapatos. No dudé en contestarle (llevaba tanto tiempo acumulado con ganas de hablar con él que absorbí las lágrimas; nunca le gustó verme llorar), no dudó en reír y preguntarme si lo estaba cargando. Lo tomé de la mano, me siguió; unas cuantas puertas después estábamos en el cuartito de servicio. El contenido era diferente pero el uso que le dábamos era el mismo. Curioso pero decidido, mi hermano abrió la puerta interior contigua a la entrada del cuartito y con los ojos como los de un camaleón quedó prendido de la esfera, quieto, aguardando que le dijera algo.
“¡Mirá!” le dije y de la mano lo llevé a la esfera eléctricamente plateada. El viaje duró unos segundos, lo mismo de siempre. Dí un respiro largo y acongojado, y comencé a caminar nuevamente por el pasillo mientras me pregunto si me creerá.



martes, 9 de octubre de 2012

El suicidio de las sombras



Era de noche, no había nubes y quien sabe adónde habían ido la luna y las estrellas. Parado sobre la vereda observaba dos edificios tan blancos como fríos, de unos cuatro pisos de altura y estilo francés como las embajadas de la avenida Libertador.
La calle se interponía entre nosotros, parecía hecha de la misma textura vacía del cielo. Hacia la parte izquierda de atrás de los edificios había una casa más baja, más chica también y aunque su forma era borrosa (también los colores) desprendía una calidez pacífica. Sabía que en ella estaba mi hermano y hasta él quería ir, pero entre nosotros se interponían los dos edificios.
Aunque tenía por delante mi destino no podía dejar de mirar hipnotizado los dos edificios, así fue como mientras recorría ventana por ventana una figura humana, plana y negra, comenzó a pasarse de uno a otro. ¿Cómo saltaba de un edificio al otro sin salir? Fue algo que me pregunté todo el tiempo que allí estuve. Luego, la figura, rápida y decidida, abrió hacia arriba una ventana (no recuerdo si del primer o segundo piso del edificio de la derecha), y como una bala salió despedida una sombra, más pequeña y con una figura como la de un animal de cuatro patas. Fue con tanta decisión y prestancia el salto, que lo primero que sentí fue una morbosa curiosidad de ver cómo se estrellaba en el asfalto. Pero ese momento nunca llegó, ni llegaría.
La figura humanoide y negra se deslizó hacia otro piso (“¿Cómo va tan rápida y sigilosa de un piso a otro?”), abrió nuevamente una ventana y siguiendo el ritual una nueva sombra, más chica que quién deslizó hacia arriba el ventanal, saltó hacia la calle y segundos antes de estrellarse se disipó como una débil niebla o incluso, por momentos parecía que tuviera consistencia digital y sus píxeles se difuminaban hasta desaparecer por completo. Inmediatamente la figura plana abrió otra ventana de otro piso y la escena volvió a repetirse. Una, dos, tres y más veces durante todo el tiempo que allí estuve.
“¿Por qué se suicidan las sombras?” me pregunté y volví a repreguntar cada vez que una de ellas saltaba y se desintegraba antes de estrellarse contra el piso. Entre admirado y con las ganas sangrientas de verlas romperse en el piso, permanecí viendo el espectáculo. Aunque al mismo tiempo (mientras cada tanto me repetía la pregunta sin responder) una nostalgia y melancolía me subían por el pecho hasta estrujarme la garganta; una sensación azul de pérdida me paralizaba. Mientras, la casa con mi hermano adentro me esperaban y yo, seguía viendo a la figura humana abrir las ventanas para que las sombras saltaran.

viernes, 20 de julio de 2012

Hoguera


La casa es un libro
una hoja elegida al azar
la habitación
varias mujeres desnudas
vocales abiertas
a sus espaldas
contorneantes consonantes
creciendo hasta el cielo raso
son cobras negras
yo soy mi letra
un verbo
de nombre disfrazado.

La oración con cuerpo de chispa
comienza el incendio
el fuego se hace círculo
en el centro del miedo
nuestro final es recitado. 

lunes, 14 de mayo de 2012

Alicia, la del policial negro

Alicia desconoce que está dentro de un marco dorado, que puede ser una pantalla o una pintura, y que flota en un vacío negro. Desconoce que un nombre, paciente y transparente, mira desde afuera. Tiene puesto una piel de espectador y corre por su cuerpo sangre de centauro. No lo sabe pero el nombre también flota del lado del vacío, mirando, con ganas de entrar.

Alicia parada en el medio del rectángulo hace de frontera, del lado izquierdo un mundo de colinas verdes y cielo azul, nubes blancas que animadas rondan al sol. El espectador aprecia la perfección con que los píxeles se unen dando vida a ese idílico escenario, ¡hasta un arco iris cruza sobre el río! Alicia mira los colores, paradita con sus brazos firmes sobre el cuerpo y las manos quietas. Le da la espalda al otro mundo, al gris, al neblinoso que cubre el empedrado de la calle desierta. El silencio arrancado de un policial negro no es atracción para Alicia. Pero el espectador todo lo ve. Y amaga en movimientos hacia adelante a querer entrar al cuadro.

Alicia lo mira, lee en su mirada las ganas de zambullirse y lo invita con su manita a saltar, a entrar. Colgado ya el nombre del dorado marco, balancea sus letras entre el afuera y el adentro. No puede dejar de escudriñar a la joven y sentirse atraído por su belleza simple. Blanco y celeste su vestido interfiere entre los dos mundos. Entonces, para tomar coraje, para que el deseo suelte sus caballos de carrera, el nombre se imagina paseando de la mano con Alicia por una galería de arcos blancos sobre la costa. Siente el agua llegar mansa al borde de la galería, degusta la mano de Alicia perdiéndose en la suya. No aguanta más, la sangre brava le pide ese cuerpo, lo obliga al encuentro de los mundos, le ordena que salte.

La caída es rápida. Ahora el nombre también es límite entre un bosque idílico y un policial negro. La toma a Alicia de su mano izquierda y ve como apenas las manos se trenzan su vestido comienza a empequeñecerse, hasta que los volados del borde se detienen en la cintura. El viento que pasa de un lado otro sin fijarse cómo es cada mundo, qué los hace latir, vuela libre por la entre pierna de Alicia. El nombre cede sus miedos a tal espectáculo comenzando a asombrarse de lo que ve. Alicia con su cara y manos de carne y hueso, carga un pubis de plástico brilloso, de Barbie lisa sin sexo.

El nombre se pregunta si Alicia sabe con lo que carga, se pregunta por el futuro y se carajea por haber saltado al marco. Sin soltarla se imagina que tal vez la calle del empedrado gris y neblinosa lo conduzca a algún crimen sin resolver, a una aventura sin arcoiris de plastilina. Alicia le habla en el pensamiento y lo invita a imaginar una caminata juntos, de la mano y por las arqueadas galerías. El nombre no puede dejar de pensar en el pubis liso, en el vacío negro que dejó atrás y en el plástico inerte que lo llama. Intuye, más bien sabe que va a ir en búsqueda de un crimen para resolver.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El conejo del sueño

Sueño
que persigo un conejo
desnudo y pequeño,
de listón en listón salta
por el muelle flotante.

Alrededor y debajo
del sueño y mío
corre marrón el río
y el conejo sigue adelante,
no sé cómo llegué al muelle
no sé por qué quiero
el conejo ese.

El agua violenta se mueve
y a su ritmo el muelle,
el cielo cierra
y rayos libera,
no hay costa
que el conejo advierta
y el río
más se calienta.

Serpentea el muelle
y me sueño ahogado
olvidado, abandonado
por el conejo ese.

Como un clavadista
en el borde se para
y yo
con miedo y amor
a ese terror,
ruego que el río pare
deseo que el agua
me atrape.

domingo, 8 de agosto de 2010

Búho

Una casa de campo al atardecer. Adentro hay un festín familiar. El que no come y toma, baila y canta. Apostado en la cocina los oigo. Armado con mis puños miro por la ventana aguardando el ataque. El sol traspasa la ventana dorando las paredes de cemento. Afuera el verde se extiende pleno de vida, aunque cuando llegue la noche los demonios salgan a cazar. Sé muy bien que estoy en peligro, que algo o alguien me está buscando y aunque no aparezca aún, sé que está afuera esperando que caiga la noche. Uno de mis familiares viene a conversar, no le presto atención y dejo que se vaya contento por haberme hablado. No despego la vista de la ventana, algo va a pasar, lo sé, pronto.

Se produce un salto en el tiempo, en mi percepción y de golpe es de noche. Con ella el peligro toma cuerpo, cobra vida. Observo a través de la ventana una figura humana llena de pelos, veo su contorno a la luz de la luna, sobre la estepa que durante el día fue verde y ahora es negra. La figura es enorme, parada sobre flacas patas que parecen de perro o lobo. La bestia permanece en silencio, sabe que sé que viene a cazarme. La oscuridad no deja ver su rostro pero sé que me mira, me huele. Sin hacer ningún ruido ni romper nada atraviesa la pared y entra en la casa, apareciendo en el salón donde mis familiares están de fiesta. Continúo pegado a la ventana pero mirando para adentro de la casa, veo una sombra deslizándose en cuatro patas. Les advierto a todos pero no escuchan, continúan bailando y cantando. La bestia se pasea entre ellos como si fuera invisible, nadie la nota, va husmeando, observando el terreno hasta quedar frente a la puerta de la cocina con su cabeza negra y peluda, señalándome fija sin que pueda ver sus ojos. Como un relámpago entra a la cocina y descubro finalmente quien es: un lobo gris enorme, cuatro o cinco veces mayor que los lobos normales. Viene hacia mí, con la boca abierta y espumosa pero en silencio; atrás suyo todos continúan bailando. De un salto despego de la silla y llego a una alacena. Encojo mi cuerpo y encajo justo sobre el mueble, apretando mi cabeza contra el techo de piedra. El lobo revolea la mesa y las sillas, me mira fijo ahora sí mostrándome sus ojos. Dos círculos negros con una esfera amarilla en su interior. Tengo terror, si no escapo la bestia va a devorarme, a destruirme, a eso vino, lo sé y también sé que soy el único que lo sabe. Salto de la alacena, como volando por sobre la bestia recupero mi tamaño original y llego al salón de baile. No pierdo tiempo alertando a nadie, busco otro lugar donde esconderme. Subo escaleras, recorro habitaciones, transpirado, asustado, exhausto sabiendo que no puedo escapar por siempre. Siento la filosa respiración del lobo en mi nuca, su mirada clavada en mi espalda. Va a hacer lo imposible para devorarme pero en silencio. Los que gritan y aullan son los de mi familia que continúan con su festín.

Pierdo la noción del tiempo que paso escapando, estoy agotado. Corriendo llego hasta la escalera principal que me lleva al hall de entrada. Lo último que veo de la casa es la araña de cristal colgando del techo. Son como cientos de estrellas blancas iluminando todo la sala, y al lobo que escalón por escalón baja la escalera, como siempre en perfecto silencio, observándome como un frío cazador. Salgo de la casa, elucubro un plan que consiste en aguantar despierto toda la noche hasta que amanezca y la bestia desaparezca. Me digo que es inútil, que no puedo escapar por siempre y que así esa será mi última noche. Corro desesperado hasta una construcción de madera que parece un establo aunque no haya ningún caballo, pero si montones de fardos de paja. Por una escalera de madera subo a un entre piso, me encojo para esconderme entre dos grandes fardos. El lobo entra, sus ojos brillan en la oscuridad, huele el lugar, sabe que estoy aquí, camina hacía mí, sube la escalera sin crujir la madera y cuando llega al entre piso se detiene.

Nos miramos fijos en silencio. Con toda su fuerza atraviesa la paja que nos separa haciéndola estallar por al aire. Doy un último salto y atravieso el techo de madera, logro ver los primeros rayos del sol por el horizonte. Veo también como todos los que estaban en el festín se acercan hasta el establo. La bestia queda abajo, mordiendo los fardos, aullando, ladrando, gritando enfurecida. Perdí mis brazos, mis piernas, mi piel, todo lo que de humano tenía, a cambio obtuve un cuerpo de búho blanco, con alas enormes y ojos del tamaño del sol.


martes, 3 de agosto de 2010

Conversión

Estaba sentado alrededor de una mesa con tres amigos: dos hombres y una mujer. Los tres eran vampiros. Mientras conversábamos, ella una rubia de cabello ondulado y ojos verdes, me miró de reojo engatusándome hasta hipnotizarme y olvidarme de lo que hablábamos. Agarró mi mano derecha, suavemente acarició la palma, después de unos minutos estiró sus mimos hasta la muñeca y con la mirada fija me preguntó ¿Querés? Le respondí que sí, entonces apretó con fuerza sobrehumana mi muñeca hasta marcar las venas azules. Latían agigantadas, como ríos de sangre entubados corriendo velozmente.

Un muro invisible partió al medio la mesa, de un lado quedaron mis dos amigos, del otro ella y yo. Excitados como animales en celo intercambiamos miradas; quería sacarme la ropa, convertirme en un león desenfrenado y arrojarme sobre ella. Mientras, ella sostenía mi mano y abría su boca desplegando dos colmillos, con la suavidad de una bailarina los hincó en mi muñeca. Sentí el pequeño desgarro de la piel, el lento drenado de las venas. Sin provocarme dolor succionó despacio hasta acabar y provocar el encuentro de dos orgasmos. Mi vista se nubló, si no me desplomé fue porque ella me sostuvo fuertemente. Me miró con los colmillos goteando sangre, sonrió y me soltó. Todo me daba vueltas.

Tomó mi otra mano para apoyarla en mi corazón. Sentí como se apaga susurró mientras serpientes eléctricas escapaban por mis pies. Me sentí vacío y vigoroso a la vez, quise decirle algo y no me dejó, movió mi mano hasta mi cara mientras decía Mirá que frío estás. Vi mi piel empalidecer sin perder la fuerza. Me puse de pie con la potencia de la inmortalidad, ciego de hambre; ella alejó sus manos de mí y las pegó contra su pecho. Subió las piernas a la silla y se hizo bolita. Acaricié su rostro mientras la miraba con ternura, iba a decirle algo pero me ganó de mano, con la mirada sombría dijo Estoy triste…


lunes, 29 de marzo de 2010

La catedral

Dos almas desesperadas huíamos por un bosque hasta que nos topamos con una catedral gótica antigua, muy venida abajo. Sus muros se ocultaban detrás del musgo y enredaderas. Sin pensarlo empujamos las puertas de madera y entramos. Al fuerte golpe del cierre le siguieron los crujidos del piso. Con cada paso la madera chillaba más y más. Junto a mí iba una mujer, un hombre, un niño, un animal, todo junto o nada, algo vivo o muerto, no lo sé; pero se me pegaba como una sombra.

Unos candelabros iluminaban tenuemente la nave principal. En silencio una anciana se nos acercó, amablemente nos saludó e invitó a caminar hasta el fondo. Avanzamos y de la nada aparecieron más mujeres, iban descendiendo su edad hasta llegar a la última, una niña de ocho años. Habrán sido unas 8 o 9 en total. Sus figuras, calcadas a las de los vitrales de las paredes tenían un rostro muy parecido entre si, de rasgos filosos moldeados por artesanos dulces.

“Somos de la familia de los Noldor, la gente de los árboles” dijo la más grande. Mientras nos relataba su historia familiar, mis ojos la proyectaban sobre el muro detrás del altar: unas 8 o 9 calaveras con patas, como arañas saltaban entre los árboles y danzaban al ritmo de una música de cuerdas.

La historia se perdía entre visiones y colores, cuando la más anciana nos llevó hasta los pisos superiores de la catedral y nos dijo que allí estaríamos a salvo. Fuertes pisadas tumbaron mi vista para abajo, por entre los tablones de madera divisé lo que nos perseguía en el bosque. Lento y constante subía por nosotros. Inmediatamente el piso de madera con sus escaleras y paredes, comenzó a disolverse hasta tornarse oscuridad completa, vacía e inmaterial. Se llevó consigo mis ojos, mis manos, mi cuerpo entero; también a quien me acompañaba y a lo que nos perseguía. En medio del silencio sepulcral fui una voz preguntando “¿Quién soy? ¿Dónde estoy?”, “¿Quién soy? ¿Dónde estoy?”, “¿Quién soy? ¿Dónde estoy?”…

Luego de un tiempo inmedible las voces de las mujeres deshicieron la pregunta y mi cuerpo apareció. Las llamas de los candelabros dieron luz, alimentando los vitrales y sentadas en círculo, las hermanas comenzaron a contarme otra historia.


domingo, 14 de febrero de 2010

La invasión de los escorpiones de tela

Desconocía la ciudad, también mi cuerpo. El día se iluminó de golpe cuando del cielo cayeron grandes esferas de fuego. Una impactó cerca mío y se abrió desplegando un enorme escorpión de tela. Franjas azules y amarillas lo vestían; recordé la fantasmal cárcel fueguina y reí angustiosamente.

El arácnido dio sus primeros pasos y espantadas las personas salieron corriendo. Como una sábana empujada por el viento, levantó su cola para disparar bolas azules gelatinosas. Una dio en el blanco y envolvió vorazmente a un pobre infeliz hasta devorarlo por completo. Moldeada por manos invisibles cobró la forma y textura de un escorpión del tamaño de un auto.

No tuve coraje ni fuerza que me animara a enfrentarlos, a bombazos azules iban reproduciéndose. Me alejé horrorizado hasta doblar por un callejón oscuro, desesperado, encontré un portón de metal. Lo abrí y dentro había distintas maquinarias y cintas transportadoras. Desierto el galpón, unas pocas lámparas colgantes lo iluminaban tenuemente. Sin perder de vista la entrada trepé por una columna de hierro, cuando llegué hasta el techo el portón se abrió y un amigo entró. Quise advertirlo del peligro pero no me salió la voz. Detrás de él un niño y un perrito callejero negro ingresaron. Sin soltarme de la viga quise gritarles con toda mi fuerza pero mi boca continuó muda.

Inmediatamente un escorpión atravesó la entrada y sin darle tiempo a mi amigo, lo cortó al medio con una de sus pinzas. El niño, estático entre los ladridos del perro miraba la sangre en el piso. Nada pudo hacer para evitar que una esfera azul los envuelva. Tres fueron los que venían en mí búsqueda. Solté una de mis manos de la columna y golpee una lámpara, el foco cayó iluminado y reventó en el suelo estallando en luz todo el lugar.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Uvas de ojos



Es mi casa y debo sacarlo al sol. Lo busco furioso y él se esconde en las sombras de los cuartos. Habitaciones y más habitaciones atravieso hasta que lo agarro por detrás. A golpes le rompo el espinazo, gozando cada quebradura de sus huesos muertos. El sólo suelta chillidos infernales. Ninguna palabra, ninguna letra; su mandíbula se abre monstruosa desplegando los colmillos. Lo arrastro del cuello, (sí, del cuello) desgarrando su frac negro por todos los pasillos hasta llegar a la entrada principal. No ruega ni pide compasión, menos perdón. Entre los alaridos suelta alguna risa perversa y escupe rastros de sangre. Uso toda la fuerza que tengo para desterrarlo de mi hogar y tirarlo al jardín. El cielo es celeste puro y sol poder de luz.

Su cuerpo se arquea como una oruga y sus ropas comienzan a chamuscarse. Es un placer ver como su vientre se abre y su cuerpo se vuelve plástico verde ardiendo en fuego. Chilla y se contornea como una serpiente herida. Mientras, una delgada mano de mujer suavemente toma mi hombro y me da vuelta. Dos ojos como uvas verdes fulgurantes me sonríen. Con sus dedos finos acomoda mi barba con la dulzura suficiente para espantar el olor a muerto quemado. Cierro mis párpados y nos besamos hasta sacarnos la ropa. Eléctrico como un pez bajo más allá del vientre hasta sumergirme en su rosa de miel. Claros y vivos los pétalos se abren sobre el césped, mientras, el vampiro arde hasta volverse cenizas.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Mi pintura del grifo soy yo


Llueve témpera
en el cementerio de Chacarita.
Apolo detrás del cielo
las tumbas purifica.

Saetas de colores
madrugan la avenida.

Son garras dibujadas
borrando mis manos
y un pico en mi cara
con vista de águila.

Del pincel nace
mitad de león
por mis pies hasta el tope
del pecho que cambia
por latido del alba.

Pinta en mis brazos
doradas plumas en cientos
y despliego las alas
hacia el sur de las montañas.

jueves, 22 de octubre de 2009

Pez

Ella nada desnuda de un lado al otro en el agua verdosa y grumosa. Es una estatua blanca que silenciosa brilla en medio del pantano. Arranco una liana gruesa de un árbol y latigueo el agua. Sin carnada me aventuro al misterio del fondo del río y aguardo paciente como todo pescador. Una y otra vez saco y vuelvo a tirar la liana sin ni siquiera rozarla, a ella que pasea su cuerpo de mármol de aquí para allá. Entonces cuando más desatento estoy, violenta la liana se hunde tensando los músculos de mi brazo. Doy pelea y tiro hacia atrás, como un cohete atraviesa la superficie un pez de color verde amarronado. Contornea espasmódico en el aire su enorme cuerpo de placas prehistóricas. Cae arrastrándome hasta el borde de la costa. Ella, muda y radiante ni nos mira.

Varios tirones y minutos de pelea, y el pez cae atontado en la tierra. Para llegar al instante fatal lo tomo de la cola y varias veces doy su cabeza con todas mis fuerzas contra la baranda de un balcón. El pantano desviste en bosque, ella se derrite y las flores comienzan a brotar.

Encuentro una tabla de planchar con una plancha caliente y preguntándome “¿Adonde voy ahora?” plancho el pescado. Aliso su cuerpo mansamente y las placas rocosas se vuelven naranjas escamas. Con la tarea doméstica cumplida me pongo el nuevo traje y me arrojo al río.


domingo, 6 de septiembre de 2009

Horizonte

Estoy encerrado en una celda cuadrada enorme y el techo de rejas metálicas roza mi cabeza. Las paredes son de piedra, el guardia de uniforme azul en el pasillo camina de un lado al otro repitiendo incesantemente ¡Cuidado con el monstruo, cuidado con el monstruo, cuidado….! Su cara se difumina en la oscuridad y una poca estela de luz solar penetra la ventanita.

Miro para arriba, traspasando el techo enrejado las piedras del muro se erigen inacabables. Y de pronto el hueco se llena con una bestia de piel grumosa y seca; aterriza su brutal consistencia sobre el techo dando aullidos y rugidos. Sus tentáculos intentan agarrarme y yo me muevo de un lado al otro, esquivándolos, saltándolos; advirtiendo que su piel está entre el rojo y el rosáceo, como la carne humana pelada. Esta inhumana criatura persiste apoyada en el techo, presionando con su cuerpo; desde abajo sólo diviso una forma espiralada que termina en una boca negra e infinita, con cientos de colmillos blancos en cada canaleta que forman el camino hasta ella.

Entre salto y salto para eludir sus largas extremidades aparezco en un muelle que sin fin a la vista llega al horizonte. El piso es de madera y las barandas de concreto. El sol no aparece, sin embargo es de día y el cielo celeste resplandece sin reflejar ninguna nube en el alisado mar azul. A un lado y el otro del muelle llana la arena se extiende. Atrás mío oigo su voz. Sin verla (y no voy a hacerlo durante todo el sueño) percibo su pelo negro y esos ojos en forma de finitas estrellas. Es ella pero su ser no es con quien jugaba de noche en el balcón. Entre risas me dice que camino gracioso, que parezco Chaplin y sin cruzar nuestros rostros, lo imito haciendo distintas piruetas y ella ríe más dulce todavía. Y antes que el fantasma que no voy a ver se evapore, más adelante en el muelle unos horribles tentáculos se elevan por sobre el horizonte. Comprendiendo la situación, como el guerrero que no puede eludir su misión, me despido en paz celebrando el amor que nos dimos. Lo último que escucha de mí es que voy a seguir camino unos metros más hasta llegar al pozo cuadrado donde está el monstruo que voy a matar.


martes, 25 de agosto de 2009

Divinidades


Soy el Rey de los humanos y la Tierra entera es mi reino. La paz vive en el planeta y las armaduras de los ejércitos se oxidan obsoletas y vacías. Pero soy ajeno a dicha paz pues mi Reina ha sido raptada. Ningún trono o poder me importan sin ella a mi lado.

La última noche de luna llena la primera Divinidad Femenina que habitó la Tierra cuando esta se formaba entre polvos cósmicos, se apoderó del alma de mi Reina raptándola y desapareciéndola en el bosque. Mis mejores exploradores y perseguidores inútilmente emprendieron su búsqueda durante semanas. Cazarecompensas contraté para que fallaran tristemente. Magos y oráculos visionaron entre nieblas para hallar solamente silencio.

Entonces oscuro ya de amor y del calor de mi Reina estrellé la corona contra el trono y abandoné el castillo. Adentrándome en el bosque una a una fui desgarrando mis ropas reales. Angustiado en lágrimas y desnudo seguí avanzando entre los árboles hasta llegar a un valle. El sol iluminaba desde el centro del cielo y mis gritos ahuyentaron a los animales.

Cuando el astro y yo quedamos solos, cuando mis manos habían escarbado toda la tierra hasta llegar a la piedra y mis uñas sangraban, un viento eléctrico me levantó por los aires. Mis latidos llegaron al límite y fui sumergido en el río. En el remolino de agua sentí como con toda su potencia la primera Divinidad Masculina que habitó la tierra, me poseía hasta disolver mi alma humana.

Emergí del agua mostrando mis hojas al sol. El verde fulgor resplandecía trayendo de nuevo a los animales junto a mí. Mis raíces hondos surcos dejaban con cada paso. Entonces como una visión de mis apesadumbradas noches en el castillo, vi a mi Reina desnuda sobre una gran piedra lisa. La envolví con mis ramas que se extendían como enredaderas enamoradas y la poseí hasta que la fecundación dio vida a los nuevos dioses.


domingo, 26 de julio de 2009

El páramo de los súcubos


El Sol es un disco de concreto. Autopistas poceadas se cruzan serpenteando. Agarrado a la columna de un frío puente estoy. Partido al medio está este. Como el de unos metros más adelante. Como el de unos metros más atrás.

El asfalto donde continúo mi caminata es liso y brilloso, igual al sol. Adelante, bien lejos del último resto de puente el horizonte divide el cielo amarillo de la tierra seca. Restos de cáscaras de huevo y torsos de mujeres desnudas de mármol hay desparramados por el lugar. Sigo avanzando y una voz toca mi espalda. Una joven mujer acompañada por dos amigos míos; me pide que no me vaya. No tengo miedo pero sí repulsión al lugar. Debo irme, sin importarme lo que ella o mis amigos digan.

Con cada paso el bombeo de mi corazón se intensifica más. Acelero y ellos igual. Son mis sombras. Un hedor putrefacto nos inunda, a ellos no parece importarles, sólo reclaman, cada vez más insistentes y con violenta voz, que no los abandone ni me vaya de ahí. No puedo quedarme. El hedor, las autopistas destrozadas, los puentes por la mitad, las cáscaras de huevo amarillentas, los torsos de las mujeres petrificadas con cara de pánico.

Camino y camino y no me canso. Busco cada vez más desesperado una salida inhallable. Ellos parecen gozarlo. Uno de mis amigos me toma del brazo fuertemente, me suelto al mismo tiempo que lo insulto. Su cara deviene en rasgos malditos. Ella ríe.

Utilizando sus brazos las mujeres de mármol comienzan a arrastrarse hasta mí. Entre las cáscaras de huevos se mueven, cada vez más, metiéndose entre los puentes destruidos, en silencio, con el pavor delineando sus gestos. Los vacíos cuencos de sus ojos y las bocas negras hipnotizan mis pasos. Ella ríe. Ellos me toman de mis brazos. Otra vez, con baja voz monocordemente repiten que no puedo abandonarlos, que no debo irme. Buscando aire veo el sol gris encastrado en ese cielo cadavérico. Debo irme.

Estoy rodeado: ella detrás y mis amigos agarrando con más fuerza mis brazos. Los silenciosos torsos de las mujeres casi nos alcanzan. Debo dejar de mirarlas.

El sol se paraliza. Mis manos empiezan a vibrar. Sus palmas se iluminan en rojo. En rápido movimiento libero mis brazos y despego unos metros. Avanzo nadando en el aire, paso por debajo de otro puente roto. La desesperación me gana y no deja que pueda disparar los rayos de mis manos. Pierdo altura y uno de mis amigos me toma de los tobillos. Me devuelve al asfalto. Ella, habiendo perdido la risa se acerca corriendo y toma mi cara. Mientras sus manos arden, incesantemente repite que no puedo abandonarla. Mi respiración va disolviéndose por el vacío. Un jardín de alfileres brota en mi piel. Rodeado por todos y arrinconado contra la columna de un puente derruido. Con violencia me empujan contra el concreto.

Mis manos rojas pelean infructuosamente. Las mitades de las mujeres de mármol comienzan a rasgar mis zapatillas. Inflando el pecho lanzo un grito despavorido. Los torsos de las mujeres retroceden y sus cinturas comienzan a sangrar. Mis amigos chillan encarnizadamente. Ella se tapa los oídos y suelta una lengua de serpiente. Grito más fuerte, todo lo que puedo. Retroceden más todavía, acurrucándose entre ellos. No tengo voz. Se me nubla la vista. Un último intento, tengo que escapar, un último grito voraz que arrase con todo. Un último rugido que me aloja en un paisaje negro, sin horizonte.


viernes, 26 de junio de 2009

Cuerpos de lava

La habitación permanece estática, con sus paredes de color ocre y marcos negros, pero la cama del medio se agranda a medida que todos entran y suben a ella. Hombres y mujeres ingresan sin parar, más y cada vez más, con pelos de todos colores y ropas de distintas formas. Hablan ininterrumpidamente, trato de escuchar que dicen pero todas las voces engoman en una masa etérea. Agujereo los textos para cazar oraciones y descubro frases al revés, inconexos sentidos que desmembranan en letras negras que dan vueltas como colgadas de un hilo del techo. Suben y bajan de la cama ¿Cuántos somos?

Entonces, entre todas las caras, como cuando se detiene el tiempo, una redonda, latiendo un rosado tenue que nace en sus mejillas; ella me mira, cuelga el pelo rubio por su contorno, la miro, nos miramos. Se acerca y me regala un comic de Silver Surfer. Entre toda la locura de la gente voy pasando las hojas, sin prestar atención a los globitos que tienen las letras borradas, como si la hoja estuviera mojada. Páginas adentro, aparece en la historia Nova, su pelo de fuego ocupa casi toda la hoja.

Y aquí comienza la gran aventura. Como si hubieran cumplido un tiempo, los de arriba de la cama van descendiendo y desapareciendo por la puerta del cuarto, hasta que la primera vuelve a su tamaño original y la segunda se cierra, dejándonos a ella y a mí solos por completo con la historieta. Ella y yo, vamos y venimos del comic hacia la cama y la pieza. Nuestros cuerpos por un momento son de plata y relucientes como los protagonistas de las viñetas y sin tocarnos, volamos por el espacio esquivando planetas y cometas. De nuevo en la habitación ocre y las sábanas blancas, las páginas van pasando por mi mano. Silver Surfer y Nova se salen de sus cuerpos plateados, el escenario cambia y todo es azufre y volcanes a montones que erupcionan cubriendo de rojo el cielo.

De nuevo al interior del comic y ella y yo somos cuerpos de lava y piedra derretida en constante movimiento. De rojo llameante y negro lucimos. Nuestra piel viva se mueve loca cambiando de textura pero conservando las formas de hombre y mujer. No hay estrellas a nuestro alrededor, sólo un planeta ardiendo, testigo y escenario de nuestra unión.

jueves, 4 de junio de 2009

Petit Hotel

Detrás de un vidrio o un acrílico transparente soy testigo. No se qué hay atrás mío. Adelante, a lo largo, un pasillo de maderas viejas alberga dos habitaciones. En la de enfrente una mujer joven, con un gran escote arropa a un bebe. Sus brazos tatuados son enredaderas que lo envuelven. El pelo en línea carre se mueve al ritmo de la melodía que no logro escuchar. Sus labios se ondulan en mil formas, guareciendo al pequeño del peligro. Las paredes descaradas van uniformes al lugar y la puerta celeste permanece cerrada. Lo único limpio, además de ella y el pequeño, son los cuatro vidrios de la puerta.

Un zumbido me da frío, una cabalgata en forma de niebla. Cuando la bruma se disipa un cuerpo humanoide y gris se erige. Con solo verlo asumo su fétido aroma. Sus brazos como remos casi tocan el piso, ante mi asombro crece y crece de estatura. Echando espuma entre sus colmillos, con la furia de un toro a punto de salir al ruedo comienza a ir de un lado al otro del pasillo. Sus pasos vencen a la madera y ella sigue arropando entre canciones y caricias. Quiero avisarle del peligro pero es imposible. Golpeo lo que nos separa con todas mis fuerzas y nada. La bestia va esquizofrénica de izquierda a derecha, aumentando la velocidad, aumentando mi impotencia.

No puedo distinguir con claridad quien está en la habitación continua. Los vidrios esmerilados de la puerta dejan imaginarme una figura corpulenta, que parece estar vistiéndose, armándose de alguna manera. El triángulo se completa conmigo fuera.

Sin embargo el demonio del pasillo patrulla insistentemente, ella sigue sin darse cuenta y quien está detrás de los vidrios esmerilados sigue pasivo. La desesperación me gana, inútilmente insisto con los puñetazos. Un dolor agudo me dispara en el interior del estómago y me desparramo en ese no espacio. Iluminado por la escena del hotel, me retuerzo con espasmos en todo el cuerpo. Lentamente azulejos sucios y celestes dan lugar a una habitación. Una bañera, un bidet, un inodoro, todos blancos debajo del hollín; brotan del piso. Del techo cuelga una lamparita encendida y silenciosa. Mi cuerpo está recubierto por una cota de mallas. En una esquina, una espada a dos manos envainada reposa. Huelo la muerte detrás de los vidrios esmerilados. Oigo los pasos como tambores sedientos de sangre, desafiando, aguardando. El corazón me salta del pecho. Me hinco ante el lavabo, junto mis manos y apoyo mi cabeza en ellas. Oro a los dioses para que me den fuerzas y guíen, antes de salir al pasillo.

lunes, 1 de junio de 2009

DA.....DA.....DA....DA....DA....DA....



Yo proclamo la oposición de todas las facultades

cósmicas a tal blenorragia de pútrido sol salido de

las fabricas del pensamiento filosófico, y proclamo

la lucha encarnizada con todos los medios del Asco

dadaísta Toda forma de asco susceptible de convertirse

en negación de la familia es Dada; la protesta

a puñetazos de todo el ser entregado a una acción

destructiva es Dada; el conocimiento de todos los

medios hasta hoy rechazados por el pudor sexual,

por el compromiso demasiado cómodo y por la cortesía

es Dada; la abolición de la lógica, la danza de

los impotentes de la creación es Dada; la abolición

de la lógica, la danza de los impotentes de la creación

es Dada; la abolición de toda jerarquía y de

toda ecuación social de valores establecida entre

los siervos que se hallan entre nosotros los siervos

es Dada; todo objeto, todos los objetos, los sentimientos

y las oscuridades, las apariciones y el choque

preciso de las líneas paralelas son medios de

lucha Dada; abolición de la memoria: Dada; abolición

del futuro: Dada; confianza indiscutible en

todo dios producto inmediato de la espontaneidad:

Dada; salto elegante y sin prejuicios de una armonía

a otra esfera; trayectoria de una palabra lanzada

como un disco, grito sonoro; respeto de todas las

individualidades en la momentánea locura de cada

uno de sus sentimientos, serios o temerosos, tímidos

o ardientes, vigorosos, decididos, entusiastas;

despojar la propia iglesia de todo accesorio inútil y

pesado; escupir como una cascada luminosa el pensamiento

descortés o amoroso, o bien, complaciéndose

en ello, mimarlo con la misma identidad, lo

que es lo mismo, en un matorral puro de insectos

para una noble sangre, dorado por los cuerpos de

los arcángeles y por su alma. Libertad: DADA,

DADA, DADA, aullido de colores encrespados, encuentro

de todos los contrarios y de todas las contradicciones,

de todo motivo grotesco, de toda incoherencia:

LA VIDA.


Manifiesto Dadaísta (1918) por Tristán Tzara