martes, 9 de octubre de 2012

El suicidio de las sombras



Era de noche, no había nubes y quien sabe adónde habían ido la luna y las estrellas. Parado sobre la vereda observaba dos edificios tan blancos como fríos, de unos cuatro pisos de altura y estilo francés como las embajadas de la avenida Libertador.
La calle se interponía entre nosotros, parecía hecha de la misma textura vacía del cielo. Hacia la parte izquierda de atrás de los edificios había una casa más baja, más chica también y aunque su forma era borrosa (también los colores) desprendía una calidez pacífica. Sabía que en ella estaba mi hermano y hasta él quería ir, pero entre nosotros se interponían los dos edificios.
Aunque tenía por delante mi destino no podía dejar de mirar hipnotizado los dos edificios, así fue como mientras recorría ventana por ventana una figura humana, plana y negra, comenzó a pasarse de uno a otro. ¿Cómo saltaba de un edificio al otro sin salir? Fue algo que me pregunté todo el tiempo que allí estuve. Luego, la figura, rápida y decidida, abrió hacia arriba una ventana (no recuerdo si del primer o segundo piso del edificio de la derecha), y como una bala salió despedida una sombra, más pequeña y con una figura como la de un animal de cuatro patas. Fue con tanta decisión y prestancia el salto, que lo primero que sentí fue una morbosa curiosidad de ver cómo se estrellaba en el asfalto. Pero ese momento nunca llegó, ni llegaría.
La figura humanoide y negra se deslizó hacia otro piso (“¿Cómo va tan rápida y sigilosa de un piso a otro?”), abrió nuevamente una ventana y siguiendo el ritual una nueva sombra, más chica que quién deslizó hacia arriba el ventanal, saltó hacia la calle y segundos antes de estrellarse se disipó como una débil niebla o incluso, por momentos parecía que tuviera consistencia digital y sus píxeles se difuminaban hasta desaparecer por completo. Inmediatamente la figura plana abrió otra ventana de otro piso y la escena volvió a repetirse. Una, dos, tres y más veces durante todo el tiempo que allí estuve.
“¿Por qué se suicidan las sombras?” me pregunté y volví a repreguntar cada vez que una de ellas saltaba y se desintegraba antes de estrellarse contra el piso. Entre admirado y con las ganas sangrientas de verlas romperse en el piso, permanecí viendo el espectáculo. Aunque al mismo tiempo (mientras cada tanto me repetía la pregunta sin responder) una nostalgia y melancolía me subían por el pecho hasta estrujarme la garganta; una sensación azul de pérdida me paralizaba. Mientras, la casa con mi hermano adentro me esperaban y yo, seguía viendo a la figura humana abrir las ventanas para que las sombras saltaran.

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