sábado, 29 de septiembre de 2007

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

Más vale tarde que nunca. El 22 de Septiembre de 1951 nació en Yorkshire, Inglaterra, David Coverdale. Con solo decir que fue uno de los vocalistas de Deep Purple y luego formó Whitesnake alcanza. Sí, el rock ´n´ roll también también se bate el pelo. En este espacio el merecido homenaje a una de las tres mejores voces del rock. Disfrutenlo.


miércoles, 19 de septiembre de 2007

COCODRILO ASTRONAUTA



Escondido en el espacio
apagándose el oxígeno
la sangre muere despacio

Coágulos de campana
flotan esparciéndose
adios a la azul ventana

Inmenso el vacío
lee en los astros
la poesía del cometa perdido

No hay rastros humanos
ni temperatura para medir
exiliados de lo que amamos

El miedo desaparece
con las últimas esquirlas de pasión
ya nada orgánico permanece

Sin sentido para oír
el silencio lo es todo
nadie me vio huir

Las órbitas liberan
implota la prisión solitaria
esa estrella, ¿quién era?

sábado, 15 de septiembre de 2007

GUSANO ETERNO


Siempre tuve duda de la existencia de Dios. Fui educado como católico, bautizado de pequeño en la Basílica de Luján pero, cuando llegué a la edad en que debía tomar la comunión, mi madre me dio a elegir entre hacerlo o no. Simplemente porque no tenía ganas de asistir a ninguna clase de catequesis, desistí de enrolarme en las huestes del señor Jesucristo. Ahora, el tiempo siguió transcurriendo y mis pasos por este mundo, hicieron que acrecentara mi cuestionamiento y replanteamiento sobre la creencia de un ser divino.

Debo reconocer que desde que tengo uso de razón, siempre fui bastante escéptico respecto a todo el mundillo de las religiones. Aunque nunca supe cual es la raíz de dicho sentimiento. Gracias a la libertad y educación intelectual que mis padres me dieron, tuve acceso a distintos tipos de textos. Ideas y conceptos que aprendía, algunos me resultaban realmente inútiles y otros muy interesantes; hicieron (o eso al menos deduzco) que desarrollara mi razonamiento actual. Ahora, entre tanto pensar, entre tanto razonar, entre tanto ver en la realidad y en los hechos para creer, tuve al mismo tiempo la necesidad de buscar incansablemente el lugar que la fe ocupa en mí. Debido a circunstancias en que mi vida estuvo en juego, caí necesariamente en la búsqueda de esa divinidad que supuestamente todo lo creó. Durante muchísimos años admiré y odié al mismo tiempo, independientemente de su credo, a quienes fervientemente hablaban de Dios, Jehová, Alá y tantos nombres más; como alguien o algo que está en algún lado viéndonos, vigilándonos, cuidándonos y porque no, hablándonos. Discutía con ellos, porque quería hacerles entender que yo tenía razón, que si no podíamos ver a Dios, tocarlo o lo que fuere, era porque no existía. Por mi fuerte carácter, terminaba casi siempre insultando al otro y tratándolo de idiota fantástico. Mientras, sin que nadie se diera cuenta, seguía yo preguntando y razonando: “Si a Dios no lo puedo ver, tocar pero si puedo hablarle, él me escucha pero yo no, él habla para los católicos a través de la Biblia pero a la Biblia la escribió el hombre…”. Algo ahí no terminaba de convencerme. Además de que uno tuviera que dejar de lado prácticamente su vida para dedicársela a ese Dios, que nos esperaba del otro lado para abrirnos las puertas del paraíso eterno. Debo aclarar que en realidad él tampoco nos esperaba, su obediente portero San Pedro hacia los honores. Los años acontecían, yo me alejaba de la niñez para llegar a la adolescencia y absolutamente nada de eso me convencía. Aunque seguía buscando algo.



Cumplidos los veinte años, un hecho acrecentó esa búsqueda y modificó para siempre los cimientos de mi fe, de mi creencia en la vida. Mi Abuela falleció enfrente mío y yo observé, durante los casi diez minutos que duró todo, como su corazón dejó de latir, como cesó de respirar; como su cuerpo dejó de funcionar. Eso era real, yo lo estaba viendo, nadie me lo estaba contando ni lo estaba leyendo en ningún lado. Una sensación rara percibí en la habitación de ese hospital. Estando enteramente sobrio, sin ningún estupefaciente que alterara mi percepción, observaba mi piel erizarse, un extraño frío apoderarse del lugar; me preguntaba ¿Qué está ocurriendo? Mientras, mi madre lloraba tomando de la mano a mi Abuela y hablándole al oído. Debo reconocer la tristeza que sentía en ese momento, pero no por el fallecimiento en sí, sino por no poder ver nunca más a esa persona que amaba con todo mi corazón. Pero al mismo tiempo, mi incesante búsqueda captó ese instante y archivó todo lo que sucedía. Algo había acaecido, la verdad es que ni hoy puedo explicarme bien todo lo que sentí. La duda de que si realmente ocurrió todo tal cual lo percibí o si por el contrario, mi inconciente quería recibir eso de tal manera, que confirmara lo que estaba buscando. Por ese instante, alguna parte mía quiso parecerse a quienes fervientemente son devotos de alguna religión.

Mi búsqueda no solo se basó en el Creador, como escribió Lucio V. Mansilla en el cuento En chata…, “Todos los hombres chicos quieren parecerse a algún hombre grande o superior a ellos”. A los seis años quería ser como Mario Baracus, el personaje que Mr. T interpretaba en la ochentosa seria “Brigada A”. Ese personaje me parecía fantástico. Principalmente el corte de pelo, esa cresta (corte que aún me debo), las cadenas de oro colgando, los aros con plumas que le llegaban a los hombros. Era una especie de indio conformado por una masa de músculos, que cuando se enojaba golpeaba enemigos arrojándolos de aquí para allá. Y como todo tipo duro y bonachón, tenía un gran temor: a los aviones. Miedo que compartimos en la actualidad.

A medida que vamos avanzando con nuestra vida, todo cambia, aunque suene trillado es así y como dijo Horacio Quiroga en su Decálogo del Buen Cuentista “Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes”; por lo que no encuentro otra manera de escribirlo. Decía sobre los cambios y uno que tuve, fue el del hombre al que quería parecerme (mi papá nunca aparecería en esa lista, por lo menos de forma consciente; atento viejo zorro Sigmund); a los doce años, con plena ebullición de mis hormonas el Rock ´N´ Roll fue el centro de mi diversión. Los Guns N´ Roses mi banda favorita y Slash, su guitarrista, el personaje que yo proyectaba ser. Tener esos pelos enrulados (el mío siempre fue lacio) tapándole el rostro, pararme sobre un parlante mientras sacudía la guitarra (nunca aprendí a tocarla) de un lado para el otro y las chicas como locas gritando su nombre. Unos siete años después leí El retrato de Dorian Gray y me dije “Quiero escribir y vivir como Oscar Wilde”. Quien podía vivir mediante el arte por el arte y tener esa sensibilidad para decir lo que sentía, simplemente tenía una libertad infinita. Algunas semanas luego de que mi Abuela falleciera, en un libro del irlandés que no recuerdo cual es leí: “…si no saben nada de la muerte es porque ellos conocen poco de la vida, porque los secretos de la vida y de la muerte pertenecen a aquellos a los que afecta el transcurso del tiempo y que poseen no sólo el presente, sino el futuro. Pueden alzarse o caer desde un pasado de gloria o de vergüenza”. Sentía que todo se entrelazaba en el hallazgo de esa inexistente respuesta.

Si algo aprendí durante mi existencia es que la vida, el destino o lo que como deseemos bautizarla/o, es sabio/a y maneja los tiempos con la frialdad necesaria, acallando la ansiedad. Hace un mes aproximadamente me dirigí con dos amigos, con los que realizamos un programa de radio (Oximoron – Todos los sábados de 20 a 22 en www.radioxradio.com) a realizar unas notas a los vendedores de la revista Hecho en Buenos Aires, por la celebración de su séptimo año de publicación. A eso de las dos de la tarde nos apostamos en el local donde la revista se distribuye, ubicado en Pasaje San Lorenzo 371 en el barrio porteño de San Telmo. El lugar es sencillo: Una puerta doble de madera actúa como entrada. Un pasillo largo que lleva hasta el fondo de la vieja casa, pero al que muy pocos pueden acceder, ya que los vendedores deben pasar al patio techado que se ubica a la izquierda en el pasillo, a un metro y medio de la puerta de entrada. Allí, el endeble techo de chapa con sus goteras dejó filtrar la poca de agua que el cielo escupía. Una abertura cuadrada bastante amplia, oficia de atendedor donde los vendedores la adquieren. Los que realizan dicha actividad son personas en situación de calle, desempleados y excluidos. Charlando con algunos de ellos, relataron como viven en pensiones u hoteles familiares, los que pagan día por día con lo que sacan de la venta de la publicación.

Cuando quise entrevistar con el grabador a una de las vendedoras llamada Susana Ramírez, tajante se negó diciendo “No quiero que me filmen”.
—Quédese tranquila que no es para la televisión, es para un programa de radio. Solamente vamos a grabar su voz con este grabador. Respondí enseñándole el aparato electrónico.

—Tampoco quiero. Si queres hablamos, no tengo problema, pero no te voy a dejar que me grabes.
—Bueno, no te grabó, pero ¿puedo tomar nota de lo q
ue digas?
—Si, eso sí, porque de esa manera si puedo realizar mi verdadero trabajo. La palabra escrita es casi como la hablada, de esa manera debemos hacer nuestro trabajo— dijo Susana; debo decir que hablaba claramente y abriendo la boca
bastante grande, sin molestarle para nada enseñarme los pocos dientes que tenía.
— ¿Cuál es tu trabajo?
Sabiendo por razones obvias que vendía Hecho en Buenos Aires, esa curiosidad que arrastro me preparó para
escuchar lo que no había ido a buscar, pero si para encontrarme con lo que estaba necesitando para otro trabajo que debía realizar.
—Yo no solo vendo la revista, también soy profeta, que es el trabajo que hago
para mi Jefe— señaló con su índice al techo —él me dice que hacer, este trabajo de vender la revista me hace digna, pero el otro trabajo que hago me da valor como persona, es el trabajo que debemos hacer todos. El es el papá que nos dice que debemos hacer.

“Ya está”, pensé. Una fanática religiosa que vive de lo que saca comprando una revista por $ 0,70 y la vende a dos pesos. Volví rápidamente a la búsqueda de mi creencia, a la batallante discusión por convencer a alguien de que Dios no existe, de que es el invento de los hombres para no hacerse cargo de la realidad y así desembarazarse de los hechos materiales que conforman nuestra vida.

—Mi papá en estos momentos está en su trabajo, acá por el centro…— Interrumpiendo a los gritos —Pero ese es tu papá de carne y hueso, como vos, como yo, como tu mamá de carne y hueso. Yo de hablo del papá de todos, el que todo lo ve, el que todo lo sabe, el que nos cuida y nos dice en la Biblia que debemos hacer para salvarnos.

Reconozco que me entusiasme una enormidad. Frente a mí, tenía una persona que tenía una radical creencia en el Dios inventado por los hombres, que no iba a dar el brazo a torcer por nada del mundo, aunque no tuviera las palabras y los conceptos para definirlo, para ella Dios estaba aquí, allí y en todas partes (¿Se habrán inspirado en Susana, Lennon y McCartney?)

—Y ¿Adonde está tu papá? —
—Es tu papá también, es el papá d
e todos…—
—Esta bien, pero ¿Dónde está él, adonde está?— Como en las viejas épocas de mis discusion
es existencialistas, mis nervios me empujaban, entre la admiración y el enojo, movía mis manos acompañando la situación.
—No importa adonde está, lo que nos tiene que importar es que él n
os va a estar esperando cuando nos muramos, nos va a estar esperando con el fuego eterno, con la vida eterna y con el gusano eterno.—

Y ahí ya me sentí enteramente satisfecho. Tantas cosas dichas en dos oraciones, tantas repreguntas que podía hacer (aunque ella me siguiera respondiendo sin sustento alguno), que no sabía por donde comenzar. Aunque el “gusano eterno” se llevó todos los laureles.

—Ahí me estas contestando, me estas diciendo que Dios nos espera luego de la muerte, quiere decir que ahí está él—
—Si, puede ser, pero eso es una parte de lo que Dios tiene preparado. Ojo, hay que ser cristiano para que él nos salve. Hay que creer en Jesús, que va a venir a la Tierra a salvarnos para llevarnos hasta nuestro papá. Yo me pregunto, los no cristianos ¿adonde se van?— Me miró fijo, riéndose sin decir absolutamente nada más, aguardando a ver que le respondía.
—La verdad que no tengo la menor idea. No soy cristiano y no se adonde me voy a ir cuando me muera—
—¿Vas a la iglesia Emillio?— Preguntó tomando las riendas de la entrevista.
—Emiliano, no Emilio. Y no, no voy a la iglesia…—
—Así no te vas a salvar. Hay que ir a la iglesia, yo voy casi todos los días, a rezarle Jesús. Solo ahí y con él nos podemos salvar y curar. Él cuando venga nos va a salvar y curar—

Susana hablaba enérgicamente convencida. Sus gesticulaciones no dejaban escapar ninguna duda, ella se creía absolutamente todo lo que decía. Decidí sacarle el mando de la charla, para nuevamente ir en la dirección que yo quería.

—Hace un rato me hablaste del “gusano eterno”, algo de conocimiento sobre el cristianismo tengo y más o menos, se lo que entienden por fuego y vida eterna. Pero, al “Gusano eterno” es la primera vez que lo oigo nombrar. ¿Qué es?—
—El gusano eterno, el gusano eterno— miró nuevamente al techo con goteras —Dios lo tiene preparado, él lo prepara para salvarnos.
—Está bien, pero ¿Qué es, de donde lo sacaste?
— ¡De la Biblia!— Respondió, como si estuviera hablando de algo que es de conocimiento público.
—Pero, ¿está en alguna página en especial, hay un pasaje que habla del “gusano eterno”?
—Una cosa que yo me pregunto es si el endemoniado se puede curar— y respondiéndonos a los dos dijo: “Solo se puede curar si quiere”.
—Emiliano, me tengo que ir, tengo que ir a vender estas revistas porque a la noche tengo que pagar la habitación que compartimos con mi hijo.
— ¿Cuándo viene Jesús?— Casi desesperado le cuestioné, para saber si podía darme algún dato exacto.

—No, no, no sé. Pero va a pasar pronto, quedate tranquilo que va a pasar pronto; pero ahora me voy, tengo que irme— Se alejó, saludándome, dándome un beso para al llegar a la puerta, gritarme, para que también la oyeran los que estaban en la calle: “¡Andá a la iglesia, no te olvides de ir!”.

Al salir del lugar con mis amigos, quienes observaron toda la conversación sin acotar absolutamente nada, averiguamos con unos chicos del barrio, que Susana Ramírez, la profeta, es bastante conocida en la zona. Vende la revista en las esquinas de Defensa y Chile o también sobre Defensa e Independencia.

Como siempre en estos casos, me voy con el asombro de ver a las personas que tienen profundamente arraigada su creencia religiosa. Y aunque no puedan ver ni tocar absolutamente nada de lo que hablan, creen enormemente en ello. Nuevamente, maravillado e indignado a la vez, contradictorio como tantas otras cuestiones; de ver como el hombre se atrapa a si mismo. Tal vez, eso mismo este haciendo yo con mi búsqueda.


domingo, 2 de septiembre de 2007

Despiertame a tu lado


Despiertame a tu lado
como si no nos hubieramos perdido
como si solo fueramos fluido

Despiertame a tu lado
como si no hubiera luces vacías
como si no hubiera lágrimas rendidas

Despiertame a tu lado
como si estuvieramos penetrados
como si estuvieramos refugiados

Despiertame a tu lado
como si fueramos adicción
como si fueramos fricción

Despiertame a tu lado
como si todo fuera la nada
como si todo fuera maldad olvidada

Despiertame a tu lado
como si no nos hubieramos abandonado
como si nos hubieramos encontrado

sábado, 1 de septiembre de 2007

CRUCE DE CAMINOS

Estaba a veinte kilómetros del siguiente pueblo, realmente extenuado; no había pasado ningún auto, por lo que tuvo que recorrer un largo trecho a pie con el estuche a cuestas. Decidió parar en el cruce de caminos. Allí tendría el doble de posibilidades de esperar algún vehículo que lo acercara hasta su próximo destino. Miró el cielo agradeciendo que estuviera despejado. Siempre le molestó caminar por la ruta y que el tiempo no lo acompañe.
Permaneció decidido a esperar que alguien lo levantara. El sonido del viento y de algún pájaro que cantaba, era lo único que agitaba el lugar. Pero él resolvió cambiar eso. Con la pasividad que lo caracteriza, abrió el estuche y sacó su guitarra. Eran él y ella una vez más. No estaban en ninguna cantina, no tenían público enfrente, pero no importaba. No habría paga, ni comida y bebida que hicieran más ameno el momento. Pero tampoco eso importaba. La miró como avisándole lo que iba a hacer, ella comprendió el mensaje al instante. Eran él, la guitarra, el cruce de caminos, los pájaros, el cielo, el sol; y tantos otros que formaban ese momento.
Él sentía la distancia que lo separaba de ella, ella lo mismo. Pero a ninguno le interesaba. Todas las noches era lo mismo, por lo que una vez más iba a ser lo mismo. Los dedos bailaban rápidamente sobre el instrumento, la púa viajaba de cuerda en cuerda; una música de tonalidad azul comenzaba a inundar el lugar. Notas melancólicas se trasformaban en alegres historias que el cielo hacía suyas. Él tocaba cada vez con más empeñó, con más pasión hasta fundirse en ella. El instrumento absorbía el corazón del humano para cobrar vida. Un solo cuerpo unido por la música, se contorneaba al ritmo de distintos riffs que eran latidos de un ser pleno de vida.
Todas las noches era lo mismo. Distintos pueblos, distintos bares; tocar por dinero o comida y a la mañana siguiente, al próximo poblado, para por la noche volver a tocar. La situación era igual, pero la música nunca no era parecida aunque las notas fueran iguales a las de la noche anterior. En el instante en que fundían sus esencias, poco importaba el por qué o el destino final. Era ese momento, solo eso importaba.
Perdió la noción del tiempo, solo se dio cuenta que el sol estaba más bajo que antes. Una vez más se separaron, para algunas horas luego volver a unirse. Unos tímidos y ancianos aplausos se escucharon. Una pareja de abuelos lo invitaron a subir su estropeado Ford Falcon. Él y su guitarra complacidos aceptaron, para poder llegar antes del anochecer al próximo pueblo.