Dos árboles pelados,
cadavéricos,
encorvándose lento sobre
los techos plateados
absorven el humo blanco de
las pocas chimeneas.
Los edificios más altos
vigilan sin levantar persianas
y algunos esqueletos de
las nuevas torres
van copiando el oficio.
Es lunes a media mañana
y a las antenas no les
inmuta,
ni siquiera
a la que tiene forma de
cruz.
Quizás, en las paredes de
grietas enmasilladas
hayan ocultas las
películas de viejos inquilinos,
quizás esa franja de
pintura negra
corriendo quieta hacia el
patio interno
sea un río de almas
transparentes,
quizás, sólo a las
hormigas
les llegue su aullido.
Cruzando el vacío,
junto a un tanque de agua,
tres enormes números de
neón
son el fantasma de lo que
ardieron.
Adelantándose al medio
día
ladridos de balcones acompañan
a un compañero
muerto,
no será su destino
el rejunte de huesos custodiado
por los muros
de atrás del parque.
"¡No, no quiero
eso!", pidió,
"Denme alas, cuatro
patas
o hasta una razón humana,
pero nunca un entierro
o un archivo de olvido".