domingo, 14 de febrero de 2010

La invasión de los escorpiones de tela

Desconocía la ciudad, también mi cuerpo. El día se iluminó de golpe cuando del cielo cayeron grandes esferas de fuego. Una impactó cerca mío y se abrió desplegando un enorme escorpión de tela. Franjas azules y amarillas lo vestían; recordé la fantasmal cárcel fueguina y reí angustiosamente.

El arácnido dio sus primeros pasos y espantadas las personas salieron corriendo. Como una sábana empujada por el viento, levantó su cola para disparar bolas azules gelatinosas. Una dio en el blanco y envolvió vorazmente a un pobre infeliz hasta devorarlo por completo. Moldeada por manos invisibles cobró la forma y textura de un escorpión del tamaño de un auto.

No tuve coraje ni fuerza que me animara a enfrentarlos, a bombazos azules iban reproduciéndose. Me alejé horrorizado hasta doblar por un callejón oscuro, desesperado, encontré un portón de metal. Lo abrí y dentro había distintas maquinarias y cintas transportadoras. Desierto el galpón, unas pocas lámparas colgantes lo iluminaban tenuemente. Sin perder de vista la entrada trepé por una columna de hierro, cuando llegué hasta el techo el portón se abrió y un amigo entró. Quise advertirlo del peligro pero no me salió la voz. Detrás de él un niño y un perrito callejero negro ingresaron. Sin soltarme de la viga quise gritarles con toda mi fuerza pero mi boca continuó muda.

Inmediatamente un escorpión atravesó la entrada y sin darle tiempo a mi amigo, lo cortó al medio con una de sus pinzas. El niño, estático entre los ladridos del perro miraba la sangre en el piso. Nada pudo hacer para evitar que una esfera azul los envuelva. Tres fueron los que venían en mí búsqueda. Solté una de mis manos de la columna y golpee una lámpara, el foco cayó iluminado y reventó en el suelo estallando en luz todo el lugar.

jueves, 11 de febrero de 2010

Prometeo

El fuego me consume
no hay dolor
estoy vivo
sin cargar piel
soy pura llama
comiendo el viento.

domingo, 7 de febrero de 2010

Jeff Buckley

Un cuello
resbaladizo
tan fácil de tocar
lujurioso
tan difícil de atar.
Antes
cuatro ruedas de plata
contorneando los Andes,
después
un 39 chorreando
luciérnagas sobre Maure.
Tomé más
de lo que debí tomar,
pensé más
de lo que quería pensar,
y necesito regresar
junto a mis pasos
entre el aire,
donde los lagos.
No te vayas
a nado
no escapes
ahogado,
un último adiós
cantando
al Puerto
regresás.


lunes, 1 de febrero de 2010

Playa poética

Preso palabras
pechos picos puros
puerca Parca pintame
polvo
puesta, puerta, partido
¿Para?
¿Por?
Par...
Piedras propias
pesan
pegan
papagayo parlanchín,
parate parame paramos
pensar por pies
para piernas
podría ponerme
piel
pez
puente, puerto, partida
paz...