lunes, 29 de marzo de 2010

La catedral

Dos almas desesperadas huíamos por un bosque hasta que nos topamos con una catedral gótica antigua, muy venida abajo. Sus muros se ocultaban detrás del musgo y enredaderas. Sin pensarlo empujamos las puertas de madera y entramos. Al fuerte golpe del cierre le siguieron los crujidos del piso. Con cada paso la madera chillaba más y más. Junto a mí iba una mujer, un hombre, un niño, un animal, todo junto o nada, algo vivo o muerto, no lo sé; pero se me pegaba como una sombra.

Unos candelabros iluminaban tenuemente la nave principal. En silencio una anciana se nos acercó, amablemente nos saludó e invitó a caminar hasta el fondo. Avanzamos y de la nada aparecieron más mujeres, iban descendiendo su edad hasta llegar a la última, una niña de ocho años. Habrán sido unas 8 o 9 en total. Sus figuras, calcadas a las de los vitrales de las paredes tenían un rostro muy parecido entre si, de rasgos filosos moldeados por artesanos dulces.

“Somos de la familia de los Noldor, la gente de los árboles” dijo la más grande. Mientras nos relataba su historia familiar, mis ojos la proyectaban sobre el muro detrás del altar: unas 8 o 9 calaveras con patas, como arañas saltaban entre los árboles y danzaban al ritmo de una música de cuerdas.

La historia se perdía entre visiones y colores, cuando la más anciana nos llevó hasta los pisos superiores de la catedral y nos dijo que allí estaríamos a salvo. Fuertes pisadas tumbaron mi vista para abajo, por entre los tablones de madera divisé lo que nos perseguía en el bosque. Lento y constante subía por nosotros. Inmediatamente el piso de madera con sus escaleras y paredes, comenzó a disolverse hasta tornarse oscuridad completa, vacía e inmaterial. Se llevó consigo mis ojos, mis manos, mi cuerpo entero; también a quien me acompañaba y a lo que nos perseguía. En medio del silencio sepulcral fui una voz preguntando “¿Quién soy? ¿Dónde estoy?”, “¿Quién soy? ¿Dónde estoy?”, “¿Quién soy? ¿Dónde estoy?”…

Luego de un tiempo inmedible las voces de las mujeres deshicieron la pregunta y mi cuerpo apareció. Las llamas de los candelabros dieron luz, alimentando los vitrales y sentadas en círculo, las hermanas comenzaron a contarme otra historia.


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