martes, 25 de agosto de 2009

Divinidades


Soy el Rey de los humanos y la Tierra entera es mi reino. La paz vive en el planeta y las armaduras de los ejércitos se oxidan obsoletas y vacías. Pero soy ajeno a dicha paz pues mi Reina ha sido raptada. Ningún trono o poder me importan sin ella a mi lado.

La última noche de luna llena la primera Divinidad Femenina que habitó la Tierra cuando esta se formaba entre polvos cósmicos, se apoderó del alma de mi Reina raptándola y desapareciéndola en el bosque. Mis mejores exploradores y perseguidores inútilmente emprendieron su búsqueda durante semanas. Cazarecompensas contraté para que fallaran tristemente. Magos y oráculos visionaron entre nieblas para hallar solamente silencio.

Entonces oscuro ya de amor y del calor de mi Reina estrellé la corona contra el trono y abandoné el castillo. Adentrándome en el bosque una a una fui desgarrando mis ropas reales. Angustiado en lágrimas y desnudo seguí avanzando entre los árboles hasta llegar a un valle. El sol iluminaba desde el centro del cielo y mis gritos ahuyentaron a los animales.

Cuando el astro y yo quedamos solos, cuando mis manos habían escarbado toda la tierra hasta llegar a la piedra y mis uñas sangraban, un viento eléctrico me levantó por los aires. Mis latidos llegaron al límite y fui sumergido en el río. En el remolino de agua sentí como con toda su potencia la primera Divinidad Masculina que habitó la tierra, me poseía hasta disolver mi alma humana.

Emergí del agua mostrando mis hojas al sol. El verde fulgor resplandecía trayendo de nuevo a los animales junto a mí. Mis raíces hondos surcos dejaban con cada paso. Entonces como una visión de mis apesadumbradas noches en el castillo, vi a mi Reina desnuda sobre una gran piedra lisa. La envolví con mis ramas que se extendían como enredaderas enamoradas y la poseí hasta que la fecundación dio vida a los nuevos dioses.


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