viernes, 18 de abril de 2008

Un Romántico

Diego Armando Maradona es un personaje al cual catalogo de Romántico. Quien lee esta oración podrá pensar al principio que es una locura lo que estoy diciendo, pero en las siguientes líneas voy a tratar de explicar el porque de esta idea.

Alfredo de La Paz en su texto La Revolución Romántica habla del romanticismo como un hecho de la sensibilidad que se traduce en un estado de excesiva y permanente impresionabilidad, irritabilidad, intolerancia ante las tensiones y una cierta inquietud narcisista que tiende a complacerse de si misma y a agotarse en si misma. Diego Maradona, a mi parecer, reúne estas características. Es una persona que impresiona, tiene una imagen chocante, fue el más grande jugador de fútbol de todos los tiempos y es un personaje conocido (literalmente hablando) en el mundo entero. Es un individuo que se irrita constantemente, que es un intolerante ante una acción o idea opuesta a lo que él piensa o siente. Posee un narcisismo que es agrandado por la adoración que la gente tiene hacia él, y ese narcisismo a su vez es autoabastecido por el propio Maradona. Lo vemos cuando habla con algún medio de prensa o cuando por ejemplo dio el discurso en la cancha de Boca, el día de su homenaje y despedida de la Selección. En ese discurso Diego dijo que de ahí en adelante no importaba quien usara la camiseta número diez de la selección, que esa camiseta siempre iba a ser de él. Y eso fue avalado por la AFA y todo el ambiente futbolístico de la Argentina, al retirar la “Diez” de todas las selecciones de fútbol de la Argentina. Aunque la FIFA luego determine lo contrario.

Maradona es un personaje que aunque no tenga ningún dilema siempre se los está buscando o trata de encontrar algún otro personaje para confrontar. Diego tiene esa capacidad de sentir, de recordar, de lanzarse hacia lo divino, hablando en el ámbito estrictamente futbolístico o sea, dentro de una cancha de fútbol. En el verde césped fue capaz de realizar lo inimaginable con una simple pelota atada a su zurda. Supo formarse un estilo y técnica propia tanto en un campo de juego como fuera de él, de tal manera que se lo puede catalogar como un Dios del fútbol. Él solo ganó un mundial, él solo en un equipo pobre y del sur de Italia ganó varios campeonatos y copas, y llevo a ese club y a esa ciudad (Nápoles) a lo más grande de la historia del fútbol mundial.

Diego posee esa imagen oscura a ojos del capitalista mundo occidental de doble moral (su fuerte adicción a la cocaína, amigo de Chavez, quiere ir a visitar Irán y conocer a su presidente), caótica y demoniaca: basta recordar el incidente con los periodistas y el rifle de aire comprimido en su quinta. La gente ama u odia al “Diego”, no hay intermedios. Maradona posee ese talento innato de los románticos, ese bien como don de la inspiración que llevaba a cabo en un partido. Hoy en día, que Maradona ya no juega, podemos entender como su arte le servía como una suerte de indemnización para consolar esas posibilidades irrealizables que él tenia. Diego está insertado en un contexto social que lo fue consumiendo y matando de a poco, es un enfermo por naturaleza, más allá de su problema con la droga, es un enfermo en el sentido que lleva a cuesta suyo la cruz del sufrimiento. Es la historia del chico que nació en la villa, nunca tuvo nada y a los 18 años empezó a poseer el mundo a sus pies.

Maradona lleva consigo ese dualismo de la vida y la muerte, del bueno y del malo. Nace y muere al mismo tiempo, los periodistas lo matan y reviven. Dentro del fútbol él desvalorizó todo lo claro y duradero: rompió con el mito de Pelé, llevó a un equipo pobre a la riqueza más grande, y siempre respondió, y de hecho lo sigue haciendo, con su hostilidad romántica.


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