jueves, 8 de enero de 2009

Devuélvanme mi pijama

El agua del mate estaba bien caliente, tal cual lo necesitaba para despertarse. Los F14 Tomcat atravesaban su cabeza a la velocidad del sonido. Siempre soñó con ser Maverick, tener su moto y una calavera tatuada en el antebrazo derecho. Sin embargo los tatuajes eran otros esa mañana.

Acaso la locutora de la terminal lo animara un poco para saltarse de la cornisa, ver las flores abiertas al primer sol lo estimulaban pero al mismo tiempo lo encadenaban al mástil. Intentando imitar a Ulises buscó algo parecido al Caballo de Troya; un rinoceronte o por qué no un dragón de komodo. Lo del reptil era más complicado con el calor de la Reina del Plata. Quizás era más fácil tomarse el 39 hasta Plaza Italia y fotografiar al animal africano en el zoológico. El mate seguía caliente pero más amargo que al comienzo.

Con la locura al alcance de los sentidos dibujando un rumbo en su espina dorsal, se sentía más seguro. Podría echarle la culpa a algo (definitivamente no a alguien) y desembarazarse del paracaídas para romperse o sobrevivir. Es la ley del cazador: persigue lo que huye de él. Un mate más y partimos se dijo.

Acaso los lentes de sol tuvieran un sentido santo, como si fueran ajo para protegerse de los vampiros o estuvieran hechos de plata para definitivamente darle muerte al hombre lobo. Bueno, el último mate, de verdad y nos vamos.

Antes de salir a la calle, asomó su hocico por el balcón para tratar de comprender como día tras día las flores se abrían. Elaboró algunas ideas hasta fantasear con una rosa que nunca pierde sus pétalos. Imaginó los pedacitos rojos unidos para siempre, como una caricia eterna que se transforma en tortura. Siempre igual de constante, sin remolinos de vientos que sacudan el tallo. Chupó ahora sí por última vez la bombilla, el mate estaba feo. Miró al cielo intentando buscar al dibujante del paisaje o algún ángel que cantara buenas noticias y pidió, sin gritar, calmado, por favor, que le devolvieran el pijama.


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