domingo, 19 de octubre de 2008

Sexo, oh sí, sólo sexo

Y si nos mordemos el dolor es dulce,

y si nos ahogamos en un breve y

terrible absorber simultáneo del aliento,

esa instantánea muerte es bella.

Rayuela de Julio Cortázar

Penetrados, acariciados, en la fricción donde morimos para renacer. Ese instante orgásmico, el acabar que deviene en vacío hasta que como un viento eléctrico estamos nuevamente en pie. El sexo nos atraviesa, nos moldea, nos frustra, nos alegra, nos energiza. Universo intensamente humano al que amamos tanto como tememos.

Sexo de cuerpos, de palabras, de sensaciones, de olores que nos atraen inexplicablemente. ¿Qué sería del sexo si tuviera una explicación racional? No la hay y que por favor nunca exista una. Nos fijamos en el otro, y cuando nos atrae, con esa fuerza que solamente nosotros entendemos, todos los cánones de belleza, de fealdad, se van al demonio. Porque el sexo implica eso, la destrucción del orden, de la moral que dice que hacer y que no. El sexo libre de ataduras es eso. El sexo que nos empuja a gozar cuando nuestro compañero o compañera está ahí, inmóvil, con su cuerpo desnudo enfrente nuestro y solamente nos miramos. No hay roce, pero hay sexo, no hay fluidos, pero hay sexo, no hay palabras, pero somos sexo.

Los medios de comunicación más oídos, leídos y escuchados destrozan el sexo. Nos muestran mujeres desnudas, voluptuosas bestias que nos cuentan que las excita y que no. Así, la energía de esa pulsión primaria es asesinada con la mediatización. Triunfa la masturbación visual que nunca llega al roce físico. Con los hombres lo mismo, los enseñan tan musculosos y trabados, que parecen recién salidos del photoshop.

Sin embargo el sexo se ríe de todo eso. Porque es tan rebeldemente humano que nos brota por los poros, aunque las religiones lo prohíban o lo quieran encadenar. En poluciones nocturnas, en sueños que son rugidos del inconsciente imposible de domar. Allí el sexo manda y se ríe de su enemigo.

Puede tener la violencia de dos vampiros chupándose mutuamente, incansables hasta la muerte. O la dulzura de dos flores intercambiando pétalos. También puede ser un carnaval de cientos de almas, entrelazándose al mismo tiempo en una memorable orgía.

Todo eso y tanto más es el sexo. Pero lo que no puede ser jamás, es la nada sin sensaciones ni emociones. Sexo, oh si, sólo sexo.

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