jueves, 16 de octubre de 2008

Realidad Heráldica

"Hermano Asno, lo que llamamos acto vital es, en realidad, un acto imaginario. El mundo -que visualizamos siempre como Mundo ‘exterior’- sólo cede a la autoexploración. Ante esta paradoja cruel, pero necesaria, el poeta descubre que le empiezan a crecer cola y agallas, nada mejor para nadar contra las corrientes de la ignorancia. Lo que puede tal vez parecer un acto de arbitraria violencia, es justamente lo contrario, pues al invertir de este modo el proceso, el poeta unifica la presurosa y distraída corriente de humanidad con la quieta, tranquila, inmóvil, inodora, insípida plenitud de donde deriva la esencia de los motivos del hombre. (¡Sí, pero duele admitirlo!) Si el poeta tuviese que abandonar toda esperanza de hallar un asidero en la superficie resbaladiza de la realidad, estaría perdido, ¡y todo en la naturaleza desaparecería! Pero ese acto, el acto poético ya no será necesario el día que cada uno pueda cumplirlo por sí mismo. ¿Qué se lo impide, preguntas? Bueno, todos tenemos un innato terror de separarnos de nuestra moral dolorosamente racionalizada; y ocurre que el salto poético que predico se encuentra precisamente del otro lado. Nos aterra únicamente porque no nos atrevemos a reconocer en nosotros mismos las horribles gárgolas que decoran los pilares totémicos de nuestras iglesias: criminales, mentirosos, adúlteros, etc. (Cuando nos reconocemos, las máscaras de papier maché se desvanecen) ¡Quienquiera que dé el salto misterioso hacia la realidad heráldica de la vida poética descubrirá que la verdad posee su propia moral interna! No es necesario ya usar braguero. En la penumbra de esta verdad, la moral puede ser ignorada, pues es una donnée, una parte de la cosa en sí, no una mera palanca, una inhibición. ¡Existe no para que se piense en ella, sino para que se la viva! Ah, Hermano Asno, esto podrá parecerte una prédica demasiado ajena a las preocupaciones ‘puramente literarias’ que te abruman; pero si no siegas con tu hoz esta parte del campo, jamás recogerás la cosecha interior, jamás cumplirás tu verdadera función en este mundo.
¿Pero cómo?, me preguntas quejumbroso, en tono de lamento. Y a esto, sinceramente, no sé qué responderte. Porque a cada uno de nosotros le ocurre de una manera distinta. Sugiero tan sólo que tú no has llegado aún al límite de la desesperación, al límite de la determinación. De algún modo, en lo profundo, tienes todavía un espíritu indolente. Pero entonces, ¿para qué luchar? Si tiene que sucederte, te sucederá sin que tú hagas nada. Tal vez hagas bien en abandonarte así, a la deriva, a la expectativa. Yo era demasido altivo. Sentía que debía tomarla por los cuernos a esa cuestión esencial de mis derechos naturales. Para mí, se trataba de un acto de voluntad. Y a la gente como yo le decía: ‘¡Fuerza la cerradura, derriba la puerta. Afronta, desafía, desmiente el Oráculo y te convertirás en el poeta, el vidente!’.
Sé que la prueba puede presentarse bajo cualquier disfraz, aun en el mundo físico, como un golpe entre los ojos o algunas líneas garabateadas a lápiz al dorso de un sobre olvidado en un café. La realidad heráldica puede estallar en cualquier punto, arriba o abajo, no tiene importancia. Pero sin ella el enigma subsistirá. Podrás viajar alrededor del mundo y colonizar los remotos extremos de la tierra con tus frases, pero jamás escucharás el cántico."


De Pursewarden a Darley, en Clea, el último libro de El Cuarteto de Alejandría.

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