domingo, 6 de julio de 2008

LA VIDA EN UN DIA

Desperté como nunca en todos los días. Había pasado el cartero a la madrugada, lo noté porque una carta flameaba en el mástil del jardín de entrada. No voy a contar lo que ella decía, mejor dicho lo que la persona que me la mandó, había escrito. Sólo interesa su firma: El milagro del amor anónimo. Era todo lo que necesitaba saber, y la dirección que puso como remitente.

Me puse la camisa de jean celeste, las bermudas con bolsillos para viajes y mis seguidores borcegos. Di unos pasos hasta la costa y chapoteé calmadamente el agua. Sólo cinco minutos bastaron para que dos salmones de dos metros de largo, salieran del fondo del mar. Plateados, con las aletas aerodinámicas para penetrar el azul espumoso. Su dirección clavaron en mis ojos, sacándolos y poniéndolos en otro lugar. Respiré hondo como un valle marciano, absorbiendo la sal de las olas y la pimienta de la arena; dándole forma al sabor. De un salto ubiqué sendos pies en los salmones. Nunca aprendí a andar en skate o a esquiar, pero el equilibrio que tenía sobre los pescados, era el mismo del que siempre me había hablado mi Maestro de esgrima.

Cuando llegamos al puerto, despedí a mis amigos sabiendo que quizás era la última vez que nos veíamos. Lo único que me preocupaba realmente era encontrar la dirección que buscaba, en una ciudad tan pero tan cuadrada como a la que había llegado. Confiaba testarudamente en mi brújula que tenía como aguja una pluma negra y que no señalaba el norte, sino a un capullo de alelí.

Pregunté a una morsa que comía pescado para que los turistas le sacaran fotos, si conocía la dirección que buscaba. Se río de mí, mientras engullía cinco cangrejos que a los gritos decían “¡Fondo, fondo, fondo, fond,.ahkajhkajhaksjhkjcrac,ccrac,crac…!” y así cuando sus caparazones se quebraron en las muelas del mamífero. Después de escupir tenazas, me pidió que volviera en media hora, ya que en ese tiempo finalizaba su número circense. Apurado, ansioso y algo angustiado por la sensación constante de estar perdiendo el tiempo o que el tiempo me perdiera a mí, o que la confusión me sacara de mi búsqueda; me alejé mascullando una tarantela.

Algo gracioso de relatar, es la fuga en masa que hicieron unos dos millones de camarones (no es que los haya contado, es que la caja que los contenía decía claramente “Hay aquí dos millones de camarones”), en fila india, mirándome fijo y susurrando “shhhhh”, sin ponerse ningún dedo en la boca claro, ya que los crustáceos carecen de manos. La fila de los dos millones de rosaditos seres acuáticos me retrotrajo a mi niñez, cuando vi por primera vez una hilera interminable de hormigas caminando hacía un agujero. Siempre detesté esa escena. Por suerte la sirena de un barco zarpando, me hizo salir del viaje temporal y recordar que estaba en una misión fundamental dictada por la carta.

Ya perdido en la ciudad, extrañé el olor del puerto, el verdín de los muelles, las leyendas de los pescadores, esa vida marina sin horizonte.

Un rottweiler con camisa negra y un estandarte de unos tres metros de alto que decía “Al disciplinamiento de la comunidad”, dirigía el tránsito. En ese momento recordé el estribillo de un viejo rock pakistaní de los ´50 que sacudía al ritmo de “…Desconfía de los perros que no muestran sus dientes, si los colmillos aparecen entre la baba, allí se quedan”. Con la frente en alto, haciendo carne la meditación de la clase 77 con mi Maestro de esgrima, “Los nunchakus reflejan el sol”; me acerqué hasta el can que establecía para donde tenían que ir los autos y colectivos. No así las bicicletas, ya que cuando el propietario de la más grande fábrica de vehículos de cuatro ruedas llegó a ser el dueño de la ciudad, prohibió cualquier vehículo con tracción a sangre. La cosa es que cuando le pregunté al rottweiler si conocía la dirección, él sopló filosamente su silbato, deteniendo a todos los autos. Rascándose su insensible nariz me dijo ”Te estaba esperando”. Su voz fue tan guturalmente poseída por todo el lado oscuro de la galaxia, que sin haber completado mi entrenamiento, sólo atiné a resguardarme para el momento en que desenfundara su sable de papel glasé. “¡Ja, te agarré!; estaba practicando para una audición que tengo hoy por la tarde para la compañía teatral Cutini”. Pensé primero en a que clase de pelotudo se le ocurre jugar con algo tan sagrado como la Fuerza, aunque claro, viendo lo que el perro estaba haciendo y esa enfermiza leyenda que cargaba, que más podía esperar. Me enojé. Lo reconozco. También reconozco que no debo reaccionar violentamente, pero mi sangre y estirpe familiar pudieron más y ocurrió lo que ocurrió: cerré mi prensil mano izquierda, achiné mis ojos y sintiendo intensamente la tela del estandarte como si fuera una parte mía, hice girar sus moléculas tan rápido como el Universo lo permite, hasta que la fricción logró que una chispa se convirtiera en legión y toda la banderola encendida en llamas, fuera el espectáculo más maravilloso que los transeúntes pudieran observar. Una vez más mi apasionada reacción, hizo que me metiera tras las rejas.

Lo bueno de todo esto, mejor dicho, lo acertado fue que mi Maestro de esgrima me entrenó en el arte de memorizar gustos, constelaciones y obviamente cualquier texto que amara. Por lo que la carta que había recibido en la mañana, estaba calcadamente labrada en el hemisferio izquierdo de mi cerebro. Y bueno, también en la lengua, cosa de poder corporizar el plan de mi misión. Fue esto fundamental ya que a la hora de estar encerrado, nada pudieron sacarme los guardias.

Los tres minutos y medio que pasé preso fue algo horripilante. Los musgos de los muros se reían de mí, me cargaban y me asustaban diciendo “¡La cámara de gas, la cámara de gas!”. Increíble que un organismo vivo de color verde fuera capaz de tal tortura retórica, pero hay de todo en este mundo. Quiero creer que ellos reaccionaron así, debido al encierro de por vida al que están sometidos y no porque tengan la moral de un dictador. Pero que durante tres minutos y medio, me taladren los tímpanos con ese discurso, fue realmente doloroso.

Cuando la puerta de la celda se abrió el rottweiler entró; pensé que podría haber oportunidad de aclarar el hecho. Error, una vez más erré la asestada. El rottweiler emitió un discurso tan intrincado en que el dominaban conceptos tales como “apersonarse”, “caucásico”, “vía pública” y “móvil”. En resumidas cuentas la perorata del can decía que por el poder que la Confederación Orgánica de la República le daba, él ocupaba el triple cargo de Fiscal, Juez y Ejecutor. Sonrió patíbulamente y dijo que me acusaba de incendiar propiedad del Estado, que la pena era de muerte, que me encontraba culpable y estaba consagrado a pagar mi daño a la existencia ética con la cámara de gas. Los musgos me escupieron sus microbios para festejar su triunfo.

Lo reconozco, tenía miedo, terror y cualquier otro sinónimo que represente el temblor del cuerpo, la impotencia de no saber que hacer, como escapar; ¡aun tenía que encontrar lo que me decía la carta y estaba dirigiéndome totalmente encadenado hacia una maldita heladera con ventanas, donde esferas de cianuro se iban a convertir en humo para paralizar mortalmente mi sistema nervioso! Lo reconozco también, no supe como reaccionar, no supe como moverme; pensé que estaba todo perdido. Una vez sentado, ajustado fieramente con prensas metálicas pensé en que si habría una última agradable sorpresa en mi vida, o por qué no, algo totalmente coherente y razonable que me permitiera escapar.

Y queridos lectores, sepan ustedes que la naturaleza nuevamente fue mi justiciera. Cuando el rottweiler con capucha negra estaba por soltar las bolitas de cianuro en el bolillero, un atormentador ruido de patas frotándose dejó sordos a todos. A mí no, porque el blindex de la cámara repelía los sonidos externos. Con sus manos en las orejas los ocho testigos y el rottweiler llorisqueaban diciendo “¡Es un avión, no, es un pájaro…”. Sonreí sobradoramente, como el más ancho de los tangueros acodado en la barra, que saboreó el último dedo del vaso con whisky y se dirige al escenario a cantarle a los burros. No era ni un avión, ni un pájaro; ni siquiera era una sola criatura. Un enjambre de millones y millones de grillos violetas que vorazmente y en cinco segundos, se comieron a los ocho testigos y al rottweiler. Los insectos tomaron la forma de un serrucho y cortaron al medio, sin provocarme un rasguño, la cámara de gas. Luego agruparon sus musculosos cuerpos en forma de llave inglesa y desarmaron las prensas metálicas. Cuando por fin estuve libre, el grillo que asumo era el Rey, se me acercó. Con patillas negras tupidas y un jopo bastante grande para su cabeza, me apuntó con su ala y sonrió canchereando. Chifló a sus compañeros y en forma de globo aerostático, se elevaron por sobre las nubes. Con esa oportunidad en mis manos, no lo dudé un instante. Iba a cumplir la misión que la carta me encomendaba.

Durante cinco horas yiré por la ciudad. Ya era de noche, hambre no tenía porque había vaciado toda la canasta de un vendedor ambulante de berenjenas rellenas, pero mucha sed sí. Caminé unas cinco cuadras y cuando vi una casa que tenía una canilla a la calle, me detuve. No se como describir el sabor del agua, pero estaba riquísima. Luego de unos pronunciados eructos, saqué la brújula para ver hacia donde señalaba la pluma negra. Una vez más el destino me jugó en secreto y la sorpresa corporizó en mí. La brújula estaba rota. Su vidrio estallado por completo y una rosada flor de alelí emergía. Miré la dirección de la casa y era la que la carta me indicaba. La morada estaba deshabitada, por lo que me fue fácil saltar la medianera y adentrarme en el patio. Y allí estaba. En el medio de un círculo de piedras grises, una pequeña caja de madera, sin ningún símbolo o dibujo, solamente tenía tallado en su tapa El milagro del amor anónimo. Por fin iba a descubrir que había en su interior.

2 comentarios:

sonnenheld dijo...

Mundo lisérgico, peposo, peyotero!
Se te forman en el cortex imágenes como las de Roger Dean! http://www.rogerdean.com/index.htm
Me sacó del laburo, gracias Emi.
Un abrazo

Emiliano dijo...

Que bueno que hice eso!!!
Me metí en la página de este tipo, una vez más, gracias!!!.
Abrazo.