domingo, 14 de diciembre de 2008

El Rey Lagarto


En el tiempo en que los relojes comenzaron a derretirse y la tiranía cronometrada fue pulverizada, él era humano. Los combates iban y venían por todo el país. Sin embargo para que el conjuro final funcionara, el pueblo debía hacer un sacrificio.

Había quienes creían que las ofrendas humanas a la reina naturaleza ya no servían, pero los hechiceros, conocedores de antaño de las transmutaciones de energía y los secretos de la Madre Tierra, sabían que todavía los humanos le debían demasiado como para no entregarle a algunos de su especie y recomponer lentamente los animales injustificablemente exterminados.

Así fue como uno que no quiso decir su nombre ni de donde venía, se ofreció al ritual. Incontables mariposas batieron sus alas al unísono con la misma fuerza que un volcán erupciona. Durante los días siguientes el altar de piedra fue laboriosamente preparado por los habitantes del lugar. Cada uno de ellos, en fraternidad y comunión fue colaborando con lo que pudo. Algunos simplemente colocaban una piedra encima de la otra, otros las limaban para dejarlas suaves como el agua de un lago y los más creyentes se hincaban, rezando al Sol y agradeciéndole por el oxígeno que el planeta emanaba.

El sacrificio iba a ser el final de un carnaval que duraría una semana. Bailes, comida, música, saltimbanquis, bebida, acróbatas y hasta encantadores de serpientes fueron las luces que iluminaron el festejo. Al estar por concluir los siete días de perdón y preparándose para el renacimiento que sobrevenía, todos iban acampando a pocos metros del altar de piedra. Cuando faltaba poco menos de media hora para las doce de la noche, una joven subió al altar vestida solamente con una túnica roja. Inmediatamente él la siguió con otra túnica pero de color negro.

El baile comenzó con ellos imitando a dos guerreros midiendo fuerza y distancia. Cuando las estocadas hicieron lo suyo desgarrando por completo las túnicas, las caricias y melodías resbalaron sobre sus cuerpos desnudos. La fricción y el sudor se desenvolvieron como salvajes tigres, uniendo los cuerpos en multiforme frenesí. Cuando la copulación erupcionó la lluvia calmó el fuego y una nueva vida fue dada a luz. Su piel se tornó escamosa y del color del pasto más fulgurante que de la Tierra brotó. La sangre se volvió tan helada como el hielo de los ya derretidos polos. Sus pies y manos transformáronse en patas permitiéndole internarse rápidamente en la selva, a medida que el público se abría a su paso.

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