lunes, 5 de octubre de 2009

Sándwich de mortadela


Que el tipo estaba empecinado en sufrir. Y se imaginaba cómo el reloj del colectivo giraba sus agujas hacia atrás y entre otros pensamientos, visualizaba un cuento con números de protagonistas donde las matemáticas un día fallaran y al sumar 2 + 2 la calculadora diera 5. Todo para hacer más ameno el hoy que al fin al cabo era lo único que le importaba. Al lado le hablaban, atrás hablaban, pero las oraciones le entraban por un oído, cargaban nafta en el hipotálamo y salían por el otro. Lamentablemente, rápidas y vertiginosas las oraciones derraparon y se estrellaron contra la ventanilla del ómnibus.

En este caso el peatón fue el culpable (o el tipo que para el caso es lo mismo) ya que éste no se corrió del camino cuando las oraciones a una peligrosa velocidad exclamaron “¡A veces perdemos tanto tiempo enojados que nos olvidamos de ser felices!”. El tipo en cuestión, alguien común como vos, yo o la que con pies fríos pisa una lápida y se aleja en un espiral de luz; bramó “¡Joder! Que entre esa reflexión y mis ganas de saltar por la ventanilla ahora quiero convertirme en un sándwich de mortadela…”. Y un hada de arena de esas que leen la piel y cumplen deseos que iba en el asiento de adelante, lo tocó con su varita mágica. Eso sí, no lo convirtió en cualquier sándwich sino en uno de mortadela de pura sangre, con varios Grandes Premios encima que hoy descansan en alguna biblioteca de la vieja Babel.


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