miércoles, 21 de mayo de 2008

ALGO LATE (Y NO ES UN CORAZON)

“En esta puta ciudad

todo se incendia y se va…”

Ciudad de pobres corazones – F. Paez


Y pronto empezó a ser su recuerdo. Arrastrado de su celda, una vez más iba a verlas a todas desde el centro, una por una del lado interior del vidrio polarizado. El vigilante ve pero no lo ven.
Cuatro siglos después de la Revolución, casi que esta cumplió sus objetivos. Año 2.155, Buenos Aires es uno de los departamentos empresariales que conforman la administración y gestión del planeta Tierra. Con el modelo del estado-nación exterminado en perfecto plan, las fronteras finalmente desaparecieron dejando paso a la unión de la Gran Corporación Mundial. El Consejo de Accionistas determinó q
ue Buenos Aires fuera el Departamento de Castigo y Disciplinamiento.
Los cinturones que lo sujetaban al sillón de metal eran de piel humana. Nada se tira, todo se recicla. Los instrumentos de tortura son tan viejos como la actividad misma. Unas cuantas horas más sus ojos iban a estar abiertos con ganchos en forma de tirabuzón. El CEO de la ciudad miraba atentamente, sin monitor de por medio, fresco, en la sala esférica. El técnico encargado de los interrogatorios giraba el sillón sobre sus ruedas. Todas las colmenas se mostraban ante sus calcinados ojos. Con exacta claridad se descubrían los movimientos de los presidiarios.
Ya no recordaba que número de interrogatorio era. Cada escape fue un titánico consumo de energía. Alejarse del esquilado cutáneo o del raspado eléctrico y perderse en la imaginación, fue su escudo de defensa. Y el crimen mayor.
“¿Usted imagina?, ¿usted fantasea?, ¿usted malgasta nuestra energía?, ¿usted consume nuestro tiempo?”. Así eran todas las inquisiciones del técnico interrogador. “¡Asuma su culpabilidad, confiese cómo es el proceso y su cuerpo no será reutilizado!”. En un mundo sin animales, en un planeta sin plantas, con una vida sin haberlos conocido más que por el relato de boca en boca; él escapaba entre ellos, con la mirada férrea atravesando el concreto de la torre central y los kilómetros de espesor de los compartimentos de detención.
El CEO, con movimiento mecánico marchaba circundando al interrogado. En otra oficina, cámara y micrófono de por medio, el Responsable de Desgrabación, transcribía detalladamente todos las preguntas, acotaciones, gritos, balbuceos y demás expresiones orales de los interrogadores y detenido.
Abría su mandíbula con las propias manos, desgarrando su conciencia, la que durante 33 años construyó en sociedad. Toda una estrategia de escape. Alejamiento del dolor en la ruta de la locura. Sus ojos se inflaron como si el planeta Marte se clonara, cuando la jeringa agotó su contenido en la sangre. ¿Cómo interceder entre la mutilación del cuerpo y la recepción carnal y nerviosa, si no es con la gloria más humana de todas?
Se desprendió totalmente, caminando apaciblemente por el bosque, allanando espacio detrás de un ciprés que oficiaba de preámbulo a una cascada. Abajo, la espuma de agua tan fantásticamente creada.

Fue inútil el apuntalamiento del técnico interrogador con la linternita, los ojos no respondieron al estímulo. El CEO mascó su boca pastosa asumiendo una derrota más. Ordenó que lleven el cuerpo al Depósito de Reciclamiento y regresó a su oficina.

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