Antes de echarse a volar, la serpiente emplumada lo penetró en los ojos y escarbando con su pico púrpura en el oído le dijo: “Lo que te encuentras percibiendo es un enigma, un misterio que únicamente puede aceptarse con asombro y humildad”. Finalmente las moscas se fueron. Luego de escuchar al reptil siguió con el ritual sagrado de asar a
“Si fuera un murciélago me convertiría en vampiro y andaría por ahí, viviendo de la sangre de los otros” pensó. Mientras, adherido a su espalda, como una sanguijuela, el Vampiro real intentaba calar su corteza. Odiaba todo. Sólo las formas le interesaban, esa oscura figura que miente y viola. Una mochila de cementerio pesando una tonelada.
Una vez más para contrarrestar el tóxico, se tentó con el arco. Se expandía y se contraía. Se tensaba y se calmaba. Savia chorreaban sus paredes y aún más, su lengua se tentaba, contagiando a los leones. Con los dedos convertidos en tentáculos de luz comenzó la búsqueda.
El código de barras titiló, pidiendo consumo y despertó. “Puedo soportar la distancia” escribió en la piedra, con el jugo que exprimió del tesoro. Agotado de cruzar puentes y más puentes plantó bandera por un tiempo. No podía evitar que su parte cibernética calculara y agregó más electricidad a los circuitos. Recordó una vieja frase que había oído alguna vez, cuando se prendía fuego: “Tardamos cientos de años en crear un flor” y se sumergió en el batido de hidrógeno y oxígeno.
lunes, 7 de enero de 2008
INMERSION
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