lunes, 7 de enero de 2008

INMERSION


Antes de echarse a volar, la serpiente emplumada lo penetró en los ojos y escarbando con su pico púrpura en el oído le dijo: “Lo que te encuentras percibiendo es un enigma, un misterio que únicamente puede aceptarse con asombro y humildad”. Finalmente las moscas se fueron. Luego de escuchar al reptil siguió con el ritual sagrado de asar a la Barbie en la parrilla, así hasta que el último pelo rubio se consumió. Chocó la palma de sus manos, buscando abrir los ojos, esos ojos que a todos nos nacen en la mano y sirven para ver lo que no queremos ver o en algunos casos, tememos ver.
“Si fuera un murciélago me convertiría en vampiro y andaría por ahí, viviendo de la sangre de los otros” pensó. Mientras, adherido a su espalda, como una sanguijuela, el Vampiro real intentaba calar su corteza. Odiaba todo. Sólo las formas le interesaban, esa oscura figura que miente y viola. Una mochila de cementerio pesando una tonelada.
Una vez más para contrarrestar el tóxico, se tentó con el arco. Se expandía y se contraía. Se tensaba y se calmaba. Savia chorreaban sus paredes y aún más, su lengua se tentaba, contagiando a los leones. Con los dedos convertidos en tentáculos de luz comenzó la búsqueda. Nosferatu no soportó tanto azúcar y su existencia se tornó arena, disolviéndose, siendo esparcida en el aire por los coletazos de los dos pececitos guardianes. Agradeciéndoles la cura se perdió dentro del arco.

El código de barras titiló, pidiendo consumo y despertó. “Puedo soportar la distancia” escribió en la piedra, con el jugo que exprimió del tesoro. Agotado de cruzar puentes y más puentes plantó bandera por un tiempo. No podía evitar que su parte cibernética calculara y agregó más electricidad a los circuitos. Recordó una vieja frase que había oído alguna vez, cuando se prendía fuego: “Tardamos cientos de años en crear un flor” y se sumergió en el batido de hidrógeno y oxígeno.

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