viernes, 27 de julio de 2007

Una gota en la selva


Una gota pendía de la hoja. En ella se reflejaba toda la selva. Comprimiendo el universo verde en su diminuta superficie, no dejaba que nadie mirara en su interior. Enloquecido un insecto, cruzando el viento sacudió a la chispa de agua con la onda que desprendían sus alas. De un lado al otro se zarandeó. Alegre porque las ramas se veían distintas cuando parecían bailar. Pero fue momentáneo. A su lugar volvió la gota. La tierra se estremecía cuando al cielo lo cortaban los aviones. Su humo hacia toser a las plantas, los animales achinaban sus ojos dejando escapar lágrimas y las flores cerraban su corazón al intoxicarse con el ruido. Con el tiempo fueron aprendiendo, que a lo lejos, cuando el sonido zumbante de las turbinas asomaba, los que tenían patas debían esconderse y las que tenían nervaduras, conservar la respiración y cerrar los ojos. La gota sufría a la aeronave surcar su curvatura, hasta desaparecer como un pinchazo que huye luego de su cometido.

Tentada de saltar, permanecía unida a la hoja. Observando. Entronada en lo que creía el centro de la selva. Unas plantas de bambú la invitaban al baile nocturno, pero ella no quiso. Un mono, que a la pasada robó miel de un panal se le plantó a pocos centímetros. Usándola de espejo, se observó chuparse los dedos. Luego, haciendo morisquetas logró hacer reír a la gota. El simio, en un acto defensivo se echó para atrás al darse cuenta que la gota poseía vida. Sigilosamente volvió a acercársele para tocarla con el dedo y moverla de un lado al otro. La gota cayó de su sueño a la realidad, su respiración se cortó, entumeciendo su cuerpo, alejando al mono; entendiendo que ella no quería jugar. Triste quedó al ver como el animal se alejó. “Nadie querrá jugar contigo, si a todos espantas y a todos reflejas sin reflejarte en los otros”, le dijo el ciprés que la sostenía de la hoja. La gota se puso vergonzosa, pensando cómo aprender lo que nunca sintió. Mientras, varios tucanes y algunos lagartos pasaban rápidamente debajo y al lado suyo, dirigiéndose al baile nocturno.

La noche dejaba de ser un deseo de las acaloradas palmeras y despedía al sol, que viajaba al otro lado del planeta. La noche a quien no le gusta andar sola, llevó consigo a cientos y cientos de nubes. La gota las veía en su panza, gordas, con los cachetes a punto de estallar. Fuerte cantaba la noche, las nubes chocaban en un coro natural y los animales, insectos y plantas que preparaban el baile nocturno ansiaban el agua. La gota observaba de lejos, con ganas de sumarse y con miedo a soltarse. Cuando las nubes, fatigadas de tanto salto desprendieron la lluvia la selva vibró danzando en conjunto. El agua en diferentes formas rodeó a la gota, con gritos y manotazos intentaron atraerla, pero ella estoicamente reservada miraba para adentro. Llorando en su interior, sin que nadie se diera cuenta se preguntó cómo dar vida a un sentimiento. Luego de quedar vacía su tristeza, sintiendo que todo era un sueño del que pronto iba a despertar se soltó.

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