domingo, 8 de agosto de 2010

Búho

Una casa de campo al atardecer. Adentro hay un festín familiar. El que no come y toma, baila y canta. Apostado en la cocina los oigo. Armado con mis puños miro por la ventana aguardando el ataque. El sol traspasa la ventana dorando las paredes de cemento. Afuera el verde se extiende pleno de vida, aunque cuando llegue la noche los demonios salgan a cazar. Sé muy bien que estoy en peligro, que algo o alguien me está buscando y aunque no aparezca aún, sé que está afuera esperando que caiga la noche. Uno de mis familiares viene a conversar, no le presto atención y dejo que se vaya contento por haberme hablado. No despego la vista de la ventana, algo va a pasar, lo sé, pronto.

Se produce un salto en el tiempo, en mi percepción y de golpe es de noche. Con ella el peligro toma cuerpo, cobra vida. Observo a través de la ventana una figura humana llena de pelos, veo su contorno a la luz de la luna, sobre la estepa que durante el día fue verde y ahora es negra. La figura es enorme, parada sobre flacas patas que parecen de perro o lobo. La bestia permanece en silencio, sabe que sé que viene a cazarme. La oscuridad no deja ver su rostro pero sé que me mira, me huele. Sin hacer ningún ruido ni romper nada atraviesa la pared y entra en la casa, apareciendo en el salón donde mis familiares están de fiesta. Continúo pegado a la ventana pero mirando para adentro de la casa, veo una sombra deslizándose en cuatro patas. Les advierto a todos pero no escuchan, continúan bailando y cantando. La bestia se pasea entre ellos como si fuera invisible, nadie la nota, va husmeando, observando el terreno hasta quedar frente a la puerta de la cocina con su cabeza negra y peluda, señalándome fija sin que pueda ver sus ojos. Como un relámpago entra a la cocina y descubro finalmente quien es: un lobo gris enorme, cuatro o cinco veces mayor que los lobos normales. Viene hacia mí, con la boca abierta y espumosa pero en silencio; atrás suyo todos continúan bailando. De un salto despego de la silla y llego a una alacena. Encojo mi cuerpo y encajo justo sobre el mueble, apretando mi cabeza contra el techo de piedra. El lobo revolea la mesa y las sillas, me mira fijo ahora sí mostrándome sus ojos. Dos círculos negros con una esfera amarilla en su interior. Tengo terror, si no escapo la bestia va a devorarme, a destruirme, a eso vino, lo sé y también sé que soy el único que lo sabe. Salto de la alacena, como volando por sobre la bestia recupero mi tamaño original y llego al salón de baile. No pierdo tiempo alertando a nadie, busco otro lugar donde esconderme. Subo escaleras, recorro habitaciones, transpirado, asustado, exhausto sabiendo que no puedo escapar por siempre. Siento la filosa respiración del lobo en mi nuca, su mirada clavada en mi espalda. Va a hacer lo imposible para devorarme pero en silencio. Los que gritan y aullan son los de mi familia que continúan con su festín.

Pierdo la noción del tiempo que paso escapando, estoy agotado. Corriendo llego hasta la escalera principal que me lleva al hall de entrada. Lo último que veo de la casa es la araña de cristal colgando del techo. Son como cientos de estrellas blancas iluminando todo la sala, y al lobo que escalón por escalón baja la escalera, como siempre en perfecto silencio, observándome como un frío cazador. Salgo de la casa, elucubro un plan que consiste en aguantar despierto toda la noche hasta que amanezca y la bestia desaparezca. Me digo que es inútil, que no puedo escapar por siempre y que así esa será mi última noche. Corro desesperado hasta una construcción de madera que parece un establo aunque no haya ningún caballo, pero si montones de fardos de paja. Por una escalera de madera subo a un entre piso, me encojo para esconderme entre dos grandes fardos. El lobo entra, sus ojos brillan en la oscuridad, huele el lugar, sabe que estoy aquí, camina hacía mí, sube la escalera sin crujir la madera y cuando llega al entre piso se detiene.

Nos miramos fijos en silencio. Con toda su fuerza atraviesa la paja que nos separa haciéndola estallar por al aire. Doy un último salto y atravieso el techo de madera, logro ver los primeros rayos del sol por el horizonte. Veo también como todos los que estaban en el festín se acercan hasta el establo. La bestia queda abajo, mordiendo los fardos, aullando, ladrando, gritando enfurecida. Perdí mis brazos, mis piernas, mi piel, todo lo que de humano tenía, a cambio obtuve un cuerpo de búho blanco, con alas enormes y ojos del tamaño del sol.


martes, 3 de agosto de 2010

Conversión

Estaba sentado alrededor de una mesa con tres amigos: dos hombres y una mujer. Los tres eran vampiros. Mientras conversábamos, ella una rubia de cabello ondulado y ojos verdes, me miró de reojo engatusándome hasta hipnotizarme y olvidarme de lo que hablábamos. Agarró mi mano derecha, suavemente acarició la palma, después de unos minutos estiró sus mimos hasta la muñeca y con la mirada fija me preguntó ¿Querés? Le respondí que sí, entonces apretó con fuerza sobrehumana mi muñeca hasta marcar las venas azules. Latían agigantadas, como ríos de sangre entubados corriendo velozmente.

Un muro invisible partió al medio la mesa, de un lado quedaron mis dos amigos, del otro ella y yo. Excitados como animales en celo intercambiamos miradas; quería sacarme la ropa, convertirme en un león desenfrenado y arrojarme sobre ella. Mientras, ella sostenía mi mano y abría su boca desplegando dos colmillos, con la suavidad de una bailarina los hincó en mi muñeca. Sentí el pequeño desgarro de la piel, el lento drenado de las venas. Sin provocarme dolor succionó despacio hasta acabar y provocar el encuentro de dos orgasmos. Mi vista se nubló, si no me desplomé fue porque ella me sostuvo fuertemente. Me miró con los colmillos goteando sangre, sonrió y me soltó. Todo me daba vueltas.

Tomó mi otra mano para apoyarla en mi corazón. Sentí como se apaga susurró mientras serpientes eléctricas escapaban por mis pies. Me sentí vacío y vigoroso a la vez, quise decirle algo y no me dejó, movió mi mano hasta mi cara mientras decía Mirá que frío estás. Vi mi piel empalidecer sin perder la fuerza. Me puse de pie con la potencia de la inmortalidad, ciego de hambre; ella alejó sus manos de mí y las pegó contra su pecho. Subió las piernas a la silla y se hizo bolita. Acaricié su rostro mientras la miraba con ternura, iba a decirle algo pero me ganó de mano, con la mirada sombría dijo Estoy triste…