miércoles, 24 de junio de 2009

Carta a La Parca

Querida mía:


¿Acaso debo temerte, alejarme de tu aliento y negar tu argentino filo? Es verdad que fui educado para eso, al igual que la gran mayoría en esta occidental tierra. Pero mi deseo (primero los deseos luego los pedidos) uno entre tantos, es que sigamos bailando. Aboco plenamente confiado y con templada fe en que la Orquesta sabrá desenvolver cada melodía, al ritmo en que la pieza última nos halle en fraterno abrazo.

En nuestro camino hemos perdido toneladas de sangre, pero, divina mía ¡que excitante es! Acaso quien deseche la oportunidad de husmear tus intenciones, se escude en un caparazón de marfil y eluda los disfraces del clima. Recorra durante largos años el desierto quizás indemne a tus caricias por la espalda, pero también, creo, cometerá el peor de los suicidios: no sentir absolutamente nada.

A veces pienso en los grandes Maestros, el vikingo Bergman y su lúdica obsesión de desafiarte al ajedrez una y otra vez. O el metamórfico Lorca, con sus lluvias azules y canto al enterramiento con la guitarra. ¿Qué buscaban en tu nombre que saltaron los paredones de la ortodoxia? ¿Cómo tantas otras almas sensibles, aspiraban a develar tu secreto o llenar con lamparitas de soles este tintero angustioso?

Puntual entre las puntuales, quiero enterarte que no reniego de tus compases. Acaso los furtivos encuentros que hemos mantenido, alejados de la relación cazador-presa, me han llevado a comprender tu arte. El ser barro de tus esculturas me pone feliz. La idea de la eternidad en esta obra me produce un escozor que brota de llagas mi cuerpo. Y como tú bien sabes, la materia se descompone y huele muy mal.

Párrafos arriba hice mención a los deseos. Pues bueno, que entre tantos que tengo, aspiro a que me des el suficiente terreno como para practicarlos con este corazón y ropaje. Asumo también que muchos quedarán fuera de mi partitura, pues bien tú sabes que una melodía cantada lleva a otra deseada y así, al ritmo de Eros. Deseo infinito, tiempo finito.

Estas líneas que te escribo son un intento de alejar esta oximorona relación que mantenemos. Aunque pensándolo bien, es contradictoria desde mi costa nada más. Pero sacarme de encima la repulsión hacia el embarque que me preparas, alivia mi montura y libera mi poesía.

Angel mío, la lista de pedidos es corta pero intensa. Lo más acuciante de todo es que no me duelas. Y me refiero un Alzheimer o un cáncer que escurren el cuerpo en sangre y bilis. Te pido seas dulce y al despegarme de los huesos, lo hagas con amor. Pensé tal vez, todo se dé en el campo de batalla y mi última actuación sea heroica, como la de los titanes que ilustraron las viñetas de mi infancia. Y así, como una Valquiria me lleves de la mano al Valhalla.

El segundo pedido, continuando en la senda del guerrero (pues sí, asumo mi rol de bardo armado), me obsequies las décadas necesarias para ver caer a unos cuantos de mis enemigos. Esos neoliberales que alimentan con vidrio molido el estómago de los que ansiamos la Gran Hermandad.

A modo de epílogo, recalco que me es imposible negar curiosidad al respecto de los paisajes que ocultas. O preguntarte para quien realizas esta actividad. Pero sabe bien, acepto tu rondar diario en mis jardines. Es justo que te preguntes la raíz de esta misiva, pues bien, además de la búsqueda constante y el intento de comprensión de mí existir, este acercamiento fulgura en el sentir del onírico André Bretón: “Y, sin embargo, vivo y he descubierto que tengo amor a la vida”.

Afectuosamente.

Yo.-


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