Un pensamiento encadenado detrás de otro, madre de todas las locuras torrenciales, margen del desvío no tan temido, esa percepción donde convergen mi alfajor de chocolate blanco preferido y el whisky importado con soda. Refrescante y ardiente, golpe al pecho para levantarse arquetípicamente sedado y no ver al chico durmiendo en el andén. Sentidos detrás de sentidos en hormigas en fila india, cargando esa hojita diaria que en el imaginario Justicialista es dignidad. Sólo me interesa escribir, no hay metáfora ni condensación ni palabra ocultando alguna masturbación mal acabada, traumática de tetas recubiertas por cuero de vaca. Quizás mi fantasma opine distinto, por ahora lo dejamos ahí aunque mi disimulo sea movimiento a mi espalda. Es la superstición del Dragón o del Grifo, esa reyerta entre plumas y escamas, y este cuerpo el escenario. Incandescente es el deseo y la mano exploradora, ¿acaso los barcos del exilio nunca anuncian el regreso? Ni que hablar de la partida, casi tan exagerada como el dolor prefabricado en envases de papel. Hablo del origami, el del desayuno, el de la mochila viajera escondida en el placard, el de la cortina del baño que uso como vela, el del ananá ganador de las últimas competencias navideñas; pero nada de esto termina alcanzando el exprimidor por el simple motivo que siempre preferí el ikebana porque las flores transportan savia. Y el Dragón permanece estoico, aguardando que las hadas despeguen de su cabeza, una a una, derrapando hilos de luz, los vampiros les temen y se refugian aguardando el momento de la venganza. Y estoy escondiendo más de lo que quiero, como el cuadro del Quijote colgado delante de la caja fuerte, como la mecha de la molotov; que explote no tan cerca de aquí por favor. Lo asumo, temo de las esquirlas aunque lleve mi celofán anti envidia. La sangre nórdica pide el otoño, el chac chac de las hojas muertas sobre la vereda (extraño las baldosas pequeñas, esas de color beige o gris con canaletas, ahora tenemos esas tan grandes y lisas que me aburren) para que al final, después de tanto tiempo (está bien, exagero, like always) regrese finalmente al invierno. Quizás Thor lo hizo mejor pero antes de llegar Odín me prometió, marchas nocturnas y menhires de por medio, una estadía por el Valhalla. No, si, no, si, está bien, bueno, tal vez, quizás, no mejor no, pero si antes, mirá mejor entramos por ese lado; tubo catódico del aparato psíquico tan irresponsablemente sujeto a la elucubración de nacimientos verbales. De Niro, Oniro, Froid, Morfeo, hilo de plata, onirismo, Hipnos, Nix y Tanatos; anoche soñé que tenía una armadura púrpura y entraba en un castillo oscuro con mil habitaciones gritando "¡Excalibur, Excalibur!" (en gallego y con acento en la U), soñé que era un hombre lobo, soñé que era un robot vagando por la Vía Lactea en una nave espacial, soñé que me reflejaba en un espejo mientras conversaba de los tiempos felices conmigo mismo y a mí mismo me perseguía hasta hacerme abandonar la isla y viajar en el tiempo hacia la Rusia zarista para asesinar al Zar, me soñé entrando a una habitación de otro castillo atestada de momias, zombies y demás monstruos y cada uno de ellos llevaba por nombre una canción de Pink Floyd. ¿Y el sentido? Sólo fueron 37 segundos de actividad neuronal respondiendo a espasmos emocionales que remontaron barriletes y se perdieron por ahí (mentira, los voy a traer nuevamente puesto que no les solté del todo la cola). Ah, hay luna llena.
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