Hoy soy
arremangado del dolor
a la vera del sol.
Hoy voy
a tallar paciente
la experiencia del presente.
Hoy soy
esculpido en el pasado
quien con el fantasma
se ha hermanado.
Hoy voy
por mar oscuro
hacia el volcán futuro.
Soy hoy
quien ha de morir.
El Rey, que no era el representante de Dios en
Sin embargo, nadie le creía al real soberano y menos él, a sí mismo. La desconfianza hacia sus tres hijos, hizo que los enviara a diferentes confines del mundo. El Rey trató de tocar para creer, pero jamás, después de apropiado el reino, traspasó el malecón del castillo. Bardos y bailarinas representaban ante su majestad las vivencias diarias del reino. Su mujer, desde el otro mundo, intentaba acercarse en los sueños pero el Rey, confinado a su búsqueda silenciosa, hacía a un lado las caricias espectrales.
Su piel se deprimía y el corazón lo sentía. Los días pacíficos transcurrían, el pueblo inventaba festividades para divertirse y hallarse en comunidad. Siempre hasta el borde que impedía la creación de nuevos dioses de barro. Mientras, el Rey los observaba, resoplando, añorando el ardor y adrenalina vertiginosa de la batalla.
Una noche el cantar de los lobos se multiplicó en cientos, atrayendo rayos y centellas. La negrura invitó a los muertos a bailar y a los vivos a guardar el secreto de respirar. El Rey, desnudo, contempló el paisaje desde su real recinto. Envuelto en las brumas del sueño se acercó a