sábado, 29 de septiembre de 2012

Pequeño


"es la hora en la que toda la luz se desespera por brillar
y toda mi sombra se estremece al sentirse sabida"
L. A. Spinetta


Un agujero en el cielo se traga lentamente el barrilete. Anunciado hace rato, en palabras que los especialistas están acostumbrados a decir fríamente y que él ya sabía, con sólo ver cómo la frescura de la piel se dilapida, se vuelve seca y amarillenta, con pequeñas placas oscuras que primero tomaron los órganos, para luego hacerla padecer en la superficie. Él sabía que en cualquier momento el teléfono iba a sonar para avisarle del deceso, o que ella comenzaría con una leve descompostura enfrente suyo y el resto de los hermanos; de varias maneras imaginó el desenlace.
Mientras, su mujer con el nuevo ser adentro suyo lo acompañaba. Le mostraba las batitas que estaba tejiendo, los móviles que compró en una feria para colgarlos arriba de la cuna; le contaba de las pinturas que en algún tiempo más le iba a dar, porque ella quería que su hijo pintara o fuera músico, o por qué no las dos cosas. Anhelaba que su alma hablara a través del arte. Él la miraba, feliz de ver a la madre de su hijo soñando por el pequeño. La abrazaba, le daba un beso en la frente y luego desparramaba muchos más en esa panza, que estaba redonda y tan llena de vida como la Tierra.
Al mismo tiempo sus manos querían retener a la cometa que se alejaba, seguía su marcha entrando en el hoyo del cielo. Pero contra algunas cosas no se puede ni sirve pelear. En un extraño equilibro que cuesta comprender, como si todo estuviera armado en círculos para que nada quede librado al azar, una flor nunca se marchita sin que otra despliegue sus pétalos al sol.
En cuestión de segundos, en la madrugada de un martes, la futura madre rompió bolsa, él rápidamente la llevó al sanatorio y a las dos horas el pequeño Joaquín se aferraba a las manos de sus padres. La abuela hizo el esfuerzo, con mucho amor propio a la mañana siguiente estaba junto a su hijo y nieto. Procurándole concejos a la primeriza madre sobre cómo darle la teta, cómo bañarlo o como arroparlo. La mujer mayor, con el pecho lleno de alegría por haber cumplido y sin energías, se despidió de la madre, de su hijo y del nieto. Nadie lloró, nadie rió, sólo hubo expresiones hechas con el corazón que para el rostro son imposibles de reproducir.
Al día siguiente la nueva madre y su hijo fueron dados de alta, esa misma noche el teléfono sonó anunciando que el orificio que había en el cielo ya no existía más.

Mayo de 2006

lunes, 24 de septiembre de 2012

Cansancio



¿No se cansan las
estrellas de mirarnos
como nos incendiamos?