lunes, 30 de julio de 2007

EL EMBUDO


“Quédese tranquilo que no está muerto, tal cosa no existe”. Quien fuera un ser humano (creía serlo) devenido en circuito compacto en esa orilla del túnel, no entendía lo que estaba recibiendo. Una pantalla que nunca empezaba ni terminaba, le mostraba porque debió atravesar el embudo: Un choque, un simple incrustamiento de su vehículo contra otro. Tan fuerte y con tanta mala suerte que le arrebató lo que en ese estado llaman vida (¡Ilusos!).

No solo dejó su cuerpo físico (una simple efigie) del otro lado, también su nombre, lo que una vez creyó que eran sentimientos y la necesaria esperanza de creer que hay un alma. Cuando las imágenes de la colisión finalizaron, las placas electrónicas lo llevaron rápidamente a su nuevo compartimento. Intentaba realizar algo similar al habla, actividad que en el otro lado le salía de forma excelente pero que en ese nuevo lugar le era imposible. Sin un cerebro que emita órdenes a las inexistentes cuerdas vocales, ninguna palabra puede ser pronunciada.

Como si fueran dedos, intentó llegar a la punta de las luces de sus circuitos, pero nada. Atrapado en un frío rejunte de cables y fusibles, era arrastrado entre entes semejantes. Una vez arribado a su último destino, conectado al fin al Circuito Matriz la información le llegó. No existe Dios, no hay muerte, no existe vida alguna. Los circuitos durante un determinado tiempo, simulan ser individuos bípedos, con manos, cabeza, corazón, etc; creen ser algo denominado “seres humanos”. Práctica que no tiene fin alguno. Transcurren algunos años (simulación de tiempo humano porque el tiempo no existe, por lo que su medición es imposible) en esa especie de burbuja aletargada, en la que se crea alguna fantástica razón de existencia. Los datos llegaban uno detrás de otro, explicando que no hay razón de ser, que una masa electrónica se autoalimenta en un viaje sin fin ni principio. Tampoco daba indicio alguno de un origen. Así estuvo siempre, así lo estará.

El recién llegado, si así se le puede decir, intentó contrarrestar la información; léase: preguntar. La información contraatacó la arremetida afirmando que una ficha se inserta, formando parte del sistema. Todo está estricta y perfectamente planeado para que la red funcione a la perfección. Caminos de silicio que llevan y traen números rápidamente. Nada podía hacer contra eso; como una corriente le implantaban más y más datos. Aunque la duda de un principio y fin infectaba los cimientos del recién llegado. El Circuito Madre continuaba percibiendo las dudas. Envalentonadamente aplicó más información dura, intentando llevar el circuito a su pleno funcionamiento. La duda resistía, una pequeña chispa que devino en explosión sacudió el lugar. Uno de los circuitos flotaba solo en el aire etéreo. La duda pasó de una a varias, reproduciéndose rápidamente. El Circuito Matriz emitió ondas eléctricas potentemente sometedoras, la batalla se estaba librando. Mientras, las preguntas aumentaban.

viernes, 27 de julio de 2007

Una gota en la selva


Una gota pendía de la hoja. En ella se reflejaba toda la selva. Comprimiendo el universo verde en su diminuta superficie, no dejaba que nadie mirara en su interior. Enloquecido un insecto, cruzando el viento sacudió a la chispa de agua con la onda que desprendían sus alas. De un lado al otro se zarandeó. Alegre porque las ramas se veían distintas cuando parecían bailar. Pero fue momentáneo. A su lugar volvió la gota. La tierra se estremecía cuando al cielo lo cortaban los aviones. Su humo hacia toser a las plantas, los animales achinaban sus ojos dejando escapar lágrimas y las flores cerraban su corazón al intoxicarse con el ruido. Con el tiempo fueron aprendiendo, que a lo lejos, cuando el sonido zumbante de las turbinas asomaba, los que tenían patas debían esconderse y las que tenían nervaduras, conservar la respiración y cerrar los ojos. La gota sufría a la aeronave surcar su curvatura, hasta desaparecer como un pinchazo que huye luego de su cometido.

Tentada de saltar, permanecía unida a la hoja. Observando. Entronada en lo que creía el centro de la selva. Unas plantas de bambú la invitaban al baile nocturno, pero ella no quiso. Un mono, que a la pasada robó miel de un panal se le plantó a pocos centímetros. Usándola de espejo, se observó chuparse los dedos. Luego, haciendo morisquetas logró hacer reír a la gota. El simio, en un acto defensivo se echó para atrás al darse cuenta que la gota poseía vida. Sigilosamente volvió a acercársele para tocarla con el dedo y moverla de un lado al otro. La gota cayó de su sueño a la realidad, su respiración se cortó, entumeciendo su cuerpo, alejando al mono; entendiendo que ella no quería jugar. Triste quedó al ver como el animal se alejó. “Nadie querrá jugar contigo, si a todos espantas y a todos reflejas sin reflejarte en los otros”, le dijo el ciprés que la sostenía de la hoja. La gota se puso vergonzosa, pensando cómo aprender lo que nunca sintió. Mientras, varios tucanes y algunos lagartos pasaban rápidamente debajo y al lado suyo, dirigiéndose al baile nocturno.

La noche dejaba de ser un deseo de las acaloradas palmeras y despedía al sol, que viajaba al otro lado del planeta. La noche a quien no le gusta andar sola, llevó consigo a cientos y cientos de nubes. La gota las veía en su panza, gordas, con los cachetes a punto de estallar. Fuerte cantaba la noche, las nubes chocaban en un coro natural y los animales, insectos y plantas que preparaban el baile nocturno ansiaban el agua. La gota observaba de lejos, con ganas de sumarse y con miedo a soltarse. Cuando las nubes, fatigadas de tanto salto desprendieron la lluvia la selva vibró danzando en conjunto. El agua en diferentes formas rodeó a la gota, con gritos y manotazos intentaron atraerla, pero ella estoicamente reservada miraba para adentro. Llorando en su interior, sin que nadie se diera cuenta se preguntó cómo dar vida a un sentimiento. Luego de quedar vacía su tristeza, sintiendo que todo era un sueño del que pronto iba a despertar se soltó.

martes, 24 de julio de 2007

Tío Robert: el primer rockstar


El lugar: Robinsonville, un pueblo aledaño al río Mississipi al sur de los Estados Unidos. La fecha: principios de 1930. Por ese tiempo existía un hombre llamado Robert Johnson, se calcula que tenía 24 años, ya que nunca se supo su fecha de nacimiento. Un pésimo guitarrista que pretendía, como la mayoría de los músicos de la zona tocar Blues. Practicaba y practicaba, sin que una nota decente le saliera. Hombre impaciente, ya cansado de ver que nada le daba resultado y apremiado por su ansiedad, fue en búsqueda de un viejo de la zona. El personaje en cuestión, un anciano que habitaba escondido en los pantanos del lugar, sabía de una leyenda de la que nadie se animaba a corroborar su veracidad. Johnson tenía una idea de lo que el vejete iba a contarle, pero necesitaba escuchar la historia completa. Cargó su guitarra al hombro y fue a su encuentro. Finalmente el octogenario le relató la leyenda. También le advirtió lo que podía pasar si se aventuraba en tal empresa, pero la maldita ansiedad pudo más.
Esa misma noche Johnson, siguiendo al pie de la letra la corroída fábula, se fue con su guitarra a un cruce de caminos. Media hora antes de la medianoche tocó sus horribles melodías. Constantemente durante treinta minutos, Robert trató fallidamente de tocar algo de Blues. A la hora exacta en que el nuevo día estaba comenzando, un hombre negro e inmenso hizo presencia en el lugar. Sin decir palabra le arrebató la guitarra al tembloroso Johnson y comenzó a tocar con ella. Nunca se supo que melodías practicó, sólo que Johnson aprendió de él. Estuvo un año desparecido y al retornó a su pueblo natal, su virtuosismo con la guitarra era fantástico. El Blues se trasladaba de sus dedos hacia las cuerdas y de allí, el ritmo captaba la atención de quien lo oyera. En ese tiempo esa música se bailaba y quien oyera al nuevo bluesero, parecía hacerlo de forma infernal.
Johnson se hizo famoso en la zona, varias décadas después otros grandes guitarristas como Eric Clapton o Keith Richards se encargarían de hacer conocer su música y leyenda al mundo. Johnson grabó únicamente, de manera muy precaria en un hotel perdido en Texas, 41 canciones (algunas eran la misma en dos versiones distintas). Sólo fueron él y su inseparable compañera, los que participaron de la grabación de los temas. Sus letras eran muy imaginativas, algo extraño para la época. Dramáticas al relatar el sufrimiento de los torturados negros al trabajar en los campos de algodón, para el hombre blanco; pasando por las historias de la mujer que engaña al hombre vilmente (el mundo era más machista en esa época que en la actualidad) hasta llegar al tono existencialista, en por ejemplo “Hell hound on my trail”, algo así como “Cancerbero detrás mío”. Qué en esos años, alguien cantara sobre el perro de tres cabezas que custodia las puertas del infierno era inédito. No se hizo rico, pero consiguió que muchas mujeres pasaran entre sus piernas, un tesoro más que valorado para él. Casadas, solteras, viudas, jóvenes y mayores; todas caían rendidas ante Robert. De él solo se conserva la grabación antes mencionada, dos fotos y una confusa biografía que dice que murió misteriosamente a los 27 años de edad. Algunos dicen que volvió a desaparecer y otros que fue asesinado con veneno para ratas por un furioso marido, cansado de portar cuernos en su cabeza. Luego de eso nunca se supo más nada de Robert Johnson.
Hoy día Eric Clapton sacó dos discos tocando sus canciones. Piezas como “Me and the Devil Blues (El blues del Diablo y Yo)”, “Little Queen of spades (Pequeña Reina de picas) y “When you got a good friend (Cuando tiene un buen amigo)”, siguen llegando a nuestros cuerpos. En la actualidad si se recorre esas disquerias perdidas del centro o en Parque Rivadavia, puede conseguirse el disco de Johnson. Es altamente recomendable.
Para agregarle más sabor a la leyenda de nuestro querido Tío, se dice que cuando Keith Richards escuchó al blusero oriundo del Mississipi por primera vez, dijo: “¿Quién es ese?”. “Robert Johnson” le contestaron. “Si, pero... ¿quién es el otro tipo que toca con él?”.

jueves, 12 de julio de 2007

Los textos de la muerte

"Debes enfrentarte"

Debes enfrentarte a
tu vida

que está trepando
por ti
como una ensimismada serpiente
enroscada

caracol – baba

debes enfrentarte
lo inevitable
finalmente
¡Huesos Sangrientos te ha atrapado!

(Al final del texto podrás leer el nombre del autor de la poesía)

Uno tiene la suerte o la desgracia de estar dando vueltas por esta existencia que alguien/algo (seguramente en su lisérgico juicio) llamó “vida”. Lo que si es glorioso, es poder andar consumiendo una innumerable cantidad de textos. Sea en papel, en fílmico, de forma digital, pictórica y melódica, entre tantos. Esos textos, esas ideas, esas percepciones, esas historias, esas experiencias de vida se cuelan en uno, destrozando argumentos que durante años y años nos encargamos de criar. Cómo pequeños hijos a los que vamos a defender a muerte, hasta que alguien con palabras que al principio nos suenan descabelladas, hacen crecer a esos argumentos o directamente los entierran tres metros bajo sangre. Un viaje que puede tornarse tanto descabellado como iluminador va sobre rieles, difícilmente de ser domado, abre las emociones y apaga las sensaciones. La esperanza traída desde niño puede tornarse en desolador escepticismo. Sin edad suficiente para manejar completamente la puesta de sol en el corazón, la búsqueda de conocimiento se vuelve a veces, un vaciamiento angustioso más que el enriquecimiento del alma. Contradictorio, como la existencia misma y a veces, solo en contadas veces, casi sin sentido.
¿Quién no se sintió atrapado en su cuerpo? Preso en una celda de células y tejido, despierto por una fuerza a la que nunca pidió (o por lo menos recuerda haberlo hecho) que lo pusiera en pie. En este lugar la palabra “muerte” provoca contadas veces el miedo. Miedo cultural, miedo cultivado en las familias; pequeños ghettos sumisos a un orden religioso aprovechador de los que no se cuestionan nada ¿Y si la muerte es la gran victoria? ¿Si el alma triunfa al morir el cuerpo, para poder fluir sin forma, sin peso, sin consistencia perceptible a nivel humano; para confluir en un vacío hacia un único lugar sin materia? ¿Qué razón de ser me habrá puesto piel en la inmensidad?”, pregunta Luis Alberto Spinetta. Más textos, más experiencias de vida y mientras tanto, uno sigue averiguando.
La vida biológica del cuerpo cómo una batalla que suprime la memoria, entre las paredes del nacimiento y la muerte. El cuerpo, el ser humano, una estación de paso del viaje desde no recordamos donde y hasta no sabemos donde. ¿Cómo comprenderse fuera de lo humano? La mente resguarda secretos con puertas blindadas de dolor y miedo. Un miedo imposible de poner en palabras, un miedo no proveniente del nicho cultural. Un miedo engendrado en las entrañas más íntimas de nuestro ser. Atravesamos ese dolor o por lo menos lo intentamos. Porque estamos decididos a seguir en esa búsqueda de respuestas que buscamos afuera y adentro. No soportamos el estancamiento de nuestro ser, no aguantamos respuestas totalmente satisfactorias, porque sabemos que cuando encontramos la solución a un dilema otro más enroscado surge y así, cómo un camino infinito nos embarcamos los que un día elegimos los rieles de la evolución de nuestro intelecto, la evolución de nuestra emoción, la evolución de nuestro espíritu y la evolución de nuestro corazón. Más y más preguntas vamos a ver crecer, las vamos a regar, a cultivar para seguir en la búsqueda de nuestro Santo Grial.
Mientras el tiempo transcurre, seguiremos leyendo, escuchando música y viendo películas; intentando saciar esa duda infinita, a pesar de todo seguiremos, a pesar de la angustia que le sigue al conocimiento. Seguiremos replanteando/nos cosas tontas, cosas intrincadas, cosas simples, cosas dolorosas, cosas curiosas, cosas necesarias o cosas por ahí sin sentido. Morimos y nacemos en cada texto ingerido. Seguramente esa no es la única forma de atravesar esta existencia, pero es la elegida por algunos.

La poesía que abre este texto es de James Douglas Morrison. La que cierra es mía.


“Piel en la inmensidad”

El día
es vida
el presente
se deshace en mi mente

Mis horas
se prenden a olas
acuosas de miles de hojas
sólo quiero verte como gozas

El rayo simple ilumina
callado absorbe mientras camina
sólo sirve si imagina
no es dulce si se mantiene pasiva

Entre pinceles que bajan
las muertes marchan
no hay marcas que azotan
solo calma en danza

martes, 10 de julio de 2007

En el océano
















Despeja el océano al corazón
siempre es el mismo
a los ojos del que no ve

Muta su anatomía
en el ida y vuelta
goza la arena sus caricias

Formas de recuerdos
en las piedras
deja día a día

Paso yo
pasas vos
pasa ella

Pasajeros del instante presente
su pasado gana a nuestro futuro
allí crecerá cuando los nombres se terminen